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 24/07/2013

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Fútbol como religión profana

Enrique Carretero, José María Pérez Agote y Carlos Allones responden desde el punto de vista de la sociología al por qué del balompié como deporte de masas




No es extraño escuchar cómo un aficionado llama a su estadio templo o que el apego a su club es una religión. En algunos casos, la adhesión va incluso más allá de la muerte, como demuestran los ataudes con escudos que saltaron al primer escalafón mediático hace un par de años o el esparcimiento de las cenizas de algún que otro aficionado acérrimo al Liverpool en Anfield, esa suerte de destierro para el Everton que los reds, lejos de reconocer como lo que en su origen fue, una apropiación indebida, equiparan con la conversión de iglesias y mezquitas cuando las guerras entre confesiones era el pan nuestro de cada día.
Mito, rito y símbolo; condiciones vertebradoras sin las cuales una religión jamás encontraría arraigo. Tampoco el fútbol, en la medida en que es la principal religión profana del mundo.
“En el fútbol hay un concepto de religiosidad subyacente, relacionado con la recuperación de la magia perdida con la entronización de la razón. La religión ha adquirido tal elasticidad que ha sido capaz de sacralizar el fútbol, convirtiéndolo en religión profana”. Esta afirmación, que corrobora la idea anterior, corrió a cargo del sociólogo Enrique Carretero, en el contexto del curso de verano ‘¿Por qué el fútbol?’ que organizó la Universidad Europea Miguel de Cervantes en Urueña.
“Hay que desechar la vieja idea de que es el opio del pueblo por superficial. La adhesión a un equipo es inmaterial, como lo es el imaginario; perdura más allá de los vaivenes que viven los clubes y va pegada a una identidad imaginaria. El objetivo último de la sociedad es mantener un lazo social, de ahí la periodización y ritualización del fútbol”, añadió Carretero.

El rito
“Las dos áreas más poderosas de ritualización son la religión y la idea colectiva, fundamentalmente, por el sentido de unión que otorga el fútbol. Cuando se vio que Benzema no cantaba La Marsellesa, por ejemplo, se creó tal polémica que algunos, poniendo en la misma esfera a la selección y a la patria, incluso pidieron su exclusión”, explicó en lo tocante al rito José María Pérez Agote, otro de los especialistas que intervinieron en la charla ‘Fútbol e imaginarios sociales’.
“El amor a unos colores sirve para crear identificación con el grupo, con el ente colectivo y conflictivo. Desde este punto de vista ‘nacional’, el fútbol viene a ser una simulación de la guerra, en el que el sentimiento patrio es equiparable al arraigo que se siente por un club. De ahí, en parte, que sigan dándose episodios violentos; el fútbol nos mantiene conectados con un ‘yo’ violento, soldado”, profundizó el sociólogo.
Alguna vieja película refleja un juicio semejante al que sufrió Benzema dentro de una iglesia. E, incluso, quien escribe recuerda haber vivido algo parecido en una iglesia, con un niño que es reprendido por su abuela, profundamente religiosa, por no rezar una determinada oración o por hacerlo sin el fervor que la mujer cree adecuado. “El ritual vehiculiza el fervor y el sentimiento de unidad. Este sentir suele ser heredado, histórico, casi doctrinal”, aclaró Pérez Agote.
“Los más críticos creen que el fútbol no es cultura; yo creo que sí lo es, o al menos un instrumento cultural que liga al individuo con el grupo. Como ritual, es el más poderoso y se construye a partir de la repetición. Y, a base de repetición, se crea una historia que se acaba siendo evocada por la carga sentimental que lleva consigo, por encima incluso de la victoria”.

El mito
Primero fue el gol de Zarra. Luego, el de Torres. Más tarde, el de Iniesta. Y entremedias, a nivel de clubes, principalmente, la imaginería ha ido encumbrando ídolos; mitos. Unas veces, con nombre propio. Otras, como recuerdo de una acción puntual, imprevisible y muchas veces inesperada, de esas que quedan grabadas en la retina aun cuando no van asociadas a la victoria, aunque principalmente si lo están.
“Se ha forjado esta unión hasta tal punto que, cuando San Mamés empezó a derruirse, la afición retiró trozos como reliquia sagrada, recordando la cultura relicaria que históricamente ha habido en España”. En clave vallisoletana, para entender cómo el mito está presente en el fútbol, esa religión profana, no hay más que pensar que algo similar está ocurriendo en el proceso de remodelación de Zorrilla, en el que los abonados pueden llevarse a casa su antiguo asiento.
Pasa en otros deportes. En baloncesto, por ejemplo, es habitual ver en los grandes eventos cómo el vencedor de turno corta la red de la canasta. Pero ocurre especialmente en el fútbol. Salvando las importantes distancias que provoca lo alejado de los elementos comparados, esos pedazos de historia son algo así como la astilla de la cruz. La camiseta, para el futbolista que la viste en citas importantes, es el sudario. Y el jugador, el santo. “Y si no, piensen en cómo llama más de uno a Iker Casillas por sus milagrosas paradas”.
“La adhesión a la comunidad llega a perdurar más allá de la muerte”, decía Enrique Carretero. Pero, esta cuestión, ¿dónde se palpa? En el ya citado ejemplo de los aficionados del Liverpool cuyas cenizas han sido esparcidas en Anfield. Afición esta, la red, reconocida como una de las más fieles. Que cuenta -entre otros- con 96 mitos, los que fallecieron una tarde de sábado en Hillsborough mientras su equipo jugaba unas semifinales de la FA Cup ante el Nottingham Forest.
Igual que tiene mitos, tiene símbolos. Como el ya manido ‘You’ll never walk alone’ descubierto en España, principalmente, a partir de la creación del Spanish Liverpool, que llevó la rúbrica del exblanquivioleta Rafa Benítez.
Trayendo ya el concepto a la piel de toro, cabe recordar lo que decía Manuel Vázquez Montalbán sobre el Fútbol Club Barcelona; que era -y es- el ejército desarmado de Cataluña. Ramón Miravitllas, profundizó en esta idea y en su libro ‘La función política del Barça’ venía a decir que la región histórica descansaba sobre tres pilares, la entidad azulgrana, La Caixa y la Generalitat.
Por no hablar de los típicos y tópicos del buen comer, mejor beber y aún mejor jugar al fútbol. De la culerada, que idealiza -también- su cantera, pero también de otros que elevan su modelo de juego a la categoría de símbolo. O a los que creemos identificados, a través de un estilo; como el catenaccio italiano, el utilitarismo británico o el martillo de la guerra usado por un dios germano como Thor como símbolo divino del fútbol teutón.

Y al final, la razón
En el fútbol, al final, fue la razón. O lo es, mejor dicho. Porque, tal y como relató Carlos Allones, en los albores la razón primó a la hora de debatir si ‘football’ o ‘rugby’. “La escisión provocó resentimiento, de ahí el tópico que decía que el fútbol era de las capas bajas y el rugby de los caballeros. Con el tiempo se demostró que la clase obrera también podía legislar y crear normas racionales en torno al deporte”.
Comenzó a hacerse con el fin de fomentar la espectacularidad; véase, para introducir el fuera de juego, la figura del portero como jugador excepcional, en tanto en cuanto es el único que puede coger el balón con la mano, el saque de esquina o el cambio de la cuerda que hacía las veces del larguero por un palo de madera. Y, aunque pueda parecer descuidado el factor espectáculo a día de hoy, en base a ello se sigue legislando: a la razón.
“Aunque originariamente se considera un deporte antinatura, debido a que el balón es esférico y el pie no es prensil ni hábil, la técnica ha evolucionado tanto y ha habido tal interiorización del juego que hoy el ritmo es completamente distinto. Y, con esa evolución, que va unida a la evolución de la sociedad, el fútbol ha terminado adquiriendo su propia cultura y racionalidad”, explicó Allones.
En opinión de Pérez Agote, esta evolución, así como la democratización de la educación, ha permitido que el fútbol forme parte del proceso educativo social. “La evolución de la sociedad y de la educación ha provocado la pedagogización del fútbol. Sus reglas permiten adquirir un sentido de justicia y jerarquía incluso en los inicios. Por ejemplo, en el patio del colegio, donde la elección suele correr a cargo de los mejores, que escogen a sus compañeros en base a su calidad”.  Jesús Domínguez.  Leer noticicia completa en blanquivioletas.com
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