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 15/10/2013

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Primo Levi y Alexander Solzhenitsyn: dos enviados especiales al infierno

Esos testigos de la realidad tuvieron la obsesión de contar a las personas las cosas que interesan a las personas



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Algunos grandes relatos de no ficción (no tantos), han desnudado ante el mundo con la colaboración necesaria de sus lectores (a veces no demasiados), las miserias ocultas de la historia contemporánea. Los genocidios, los éxodos, las masacres, las dictaduras. La mayoría de las veces, sus autores no eran periodistas. Eran escritores. O aspiraban a serlo. Normalmente eran jóvenes y no tenían vocación de mártires. Pero en medio de una situación límite, cuando todo estaba en contra; cuando no podían dar un paso más; envueltos en hambre, frío, tristeza, terror y desesperación, se comportaron como reporteros. Esos testigos de la realidad tuvieron la obsesión de contar a las personas las cosas que interesan a las personas. Mostrar la verdad. Con su crudeza. Sin aspavientos ni grandes declaraciones políticas. Con humildad. Pacíficamente. Con las armas del reporterismo; documentándose, recogiendo testimonios; contrastando; describiendo la realidad que les rodeaba; intentando informar y también formar. Pensando en cada lector (uno, individual e irrepetible) como destinatario de sus revelaciones y denuncias. A partir de cada uno de esos destinatarios pretendían construir una cadena que condujera su mensaje a cada rincón del planeta para que la humanidad nunca olvidara lo que nunca hay que olvidar. Querían que tanto sufrimiento e injusticia jamás volviera a ocurrir. Y, para conseguirlo, había que mostrar la realidad. Ese afán daría sentido a su vida. En ese sentido, dos de los dos más grandes denunciadores de la historia han sido Aleksander Solzhenitsyn y Primo Levi. Dos nombres que ya forman parte de la conciencia crítica de la humanidad. Y, además, supieron relatar su calvario de una forma (literaria y periodística) magistral.
Eran dos hombres corrientes, contenidos, reflexivos y de aspecto triste; nacidos en 1918 y 1919 con una diferencia de edad de seis meses; físico el primero; químico el segundo; italiano y judío el segundo y ruso el primero. Solzhenitsyn y Levi mostraron al mundo, desde dentro, como dos enviados especiales al infierno, la máquina de exterminar cuerpos y almas construida en torno al régimen estalinista soviético y el nacionalsocialismo alemán. No lo descubrieron en internet; no lo presenciaron en You Tube; nadie se lo reveló en twitter. Estuvieron allí. En el gulag y el lager. Vieron perecer a miles de personas. Amigos y miembros de su familia; mujeres y niños. Muertes sin sentido. Reprimir por reprimir. Como un fin en sí mismo. Formaron parte de los convoyes de la muerte. Padecieron el hambre y la tortura. Chapotearon en la miseria y la deshumanización. Fueron testigos de lo mejor y lo peor de lo que es capaz el ser humano. Escaparon de milagro. Y vivieron para contarlo. La inmensa tristeza que traslucía sus ojos y que les acompañó hasta el final de sus días (en el caso de Primo Levi hasta su suicidio en 1987), era la mejor prueba de lo que habían visto, metabolizado y relatado.
De los dos reporteros a la fuerza, Primo Levi fue el primero que inició su descenso a los infiernos. Tenía 26 años. El primer libro de su trilogía en torno a Auschwitz, Si esto es un hombre, relata su confinamiento en el campo de concentración del mismo nombre, el 21 de febrero de 1944 (justo dos años después de que se iniciara por parte de la maquinaria nazi la llamada Solución Final, el exterminio planificado y en serie de todos los judíos europeos, que provocaría entre cuatro y seis millones de muertos según las fuentes que se consulten), y el año que permaneció allí encerrado, hasta que el campo fue liberado por el Ejército soviético al final de la II Guerra Mundial. El relato de Levi es brillante en sus descripciones y diálogos; muestra el terror carcelario como un hecho cotidiano en la vida de los reclusos; no se regocija en la tortura pero es implacable en sus juicios. Sobran los adjetivos. Ante unatragedia humana de tal calibre, hay momentos en que resulta difícil seguir leyendo y es necesario apartar la vista de sus páginas. Todo el relato está sumido en una espesa niebla mental; en la irrealidad de pesadilla que el escritor vivió aquel curso siniestro, y que el mismo describe como un estado de continua duermevela (producto del escaso descanso, la mínima alimentación, los malos tratos y el shock continuo) como única forma de sustraerse al terror y el sin sentido de aquella situación tan trágica como absurda. En Auschwitz, serían asesinados de forma industrial más de un millón de personas. Algunas de ellas, nada más descender de los vagones de ganado donde se les transportaba desde toda Europa. Su suerte, como relata Levi, solo dependía de un gesto de sus guardianes de las SS. De los más de 600 italianos que desembarcaron con Primo Levi en Auschwitz en febrero del 44, solo 20 abandonaron el lager con vida en 1945. Primo Levi es el notario para la historia de ese tiempo de terror. Hacerlo público fue su obsesión. El autor de este texto es Jesús Rodríguez. Leer artículo completo en elpais.com.

 
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