Woodlawn, un cementerio con un inmenso éxito comercial

Domingo, 3 de agosto de 2014 | e6d.es
• Después de un paseo por sus prados y sus avenidas, junto a riachuelos y bosques silenciosos, no resulta extraño sopesar la posibilidad de quedarse ahí eternamente

Woodlawn es uno de los lugares más hermosos y menos conocidos de Nueva York. Después de un paseo por sus prados y sus avenidas, junto a riachuelos y bosques silenciosos, no resulta extraño sopesar la posibilidad de quedarse ahí eternamente. A la gente suele gustarle vivir en barrios elegantes y contar con vecinos ilustres; cabe suponer que esas preferencias siguen vigentes después de la muerte y que eso justifica el éxito comercial del cementerio de Woodlawn. Ser enterrado en una tumba cercana a la de Miles Davis, Herman Melville o Joseph Pulitzer implica pagar un sobreprecio, pero asegura, por otra parte, que los restos de uno disfrutarán de buena compañía en el Más Allá.
Antes de adentrarnos en la política comercial de Woodlawn y en las ventajas de una tumba de prestigio (un mausoleo, símbolo supremo de estatus social, viene a costar dos millones de dólares), conviene insistir en que el lugar es único. El cementerio se fundó durante la Guerra Civil, en 1863, en lo que hoy se llama Bronx y entonces era aún la zona sur de Westchester, y tuvo como misión inicial acoger los restos que se exhumaban en otros cementerios neoyorquinos, recalificados como parcelas edificables. El Estado de Nueva York actuó a lo grande y destinó a Woodlawn 160 hectáreas, más o menos equivalentes, según la clásica comparación, a 160 campos de fútbol, o a la mitad del inmenso Central Park. Siglo y medio después, con más de 300.000 tumbas, Woodlawn sigue disponiendo de espacio y atrayendo clientela. La elegante verja que lo rodea, sus prados y colinas cubiertos de césped, el relativo buen gusto de sus mausoleos, la frondosidad de los árboles, el susurro de los riachuelos y la paz de sus avenidas hacen del cementerio un lugar único en Nueva York.
En Woodlawn está el mausoleo en el que, de forma simbólica, se dio sepultura a los desaparecidos en el naufragio del 'Titanic' (1912). En Woodlawn yacen los restos de Jay Gould, el más siniestro y tramposo, y eso es decir mucho, de los grandes magnates neoyorquinos, los 'robber barons', del siglo XIX; ahí están también enterrados Herman Melville, autor de 'Moby Dick', la novela hermética y fascinante que reina sobre la literatura estadounidense; el empresario periodístico Joseph Pulitzer; la multimillonaria e infeliz Barbara Hutton; los dos grandes pioneros del sector de los grandes almacenes, Frank Woolworth y Rowland Macy; el músico Irving Berlin, que entre otras muchas piezas compuso 'God bless America', himno extraoficial de Estados Unidos; el cineasta Otto Preminger; la cantante Celia Cruz; el actor Ben Gazzara... La lista de nombres célebres se hace interminable.
Y luego está la gente del jazz. La cantante Florence Mills falleció en 1927. Su desaparición a los 32 años, parece que por una infección derivada de una operación de apendicitis, conmocionó a los músicos que habían hecho de Harlem la meca mundial del jazz. Más de 10.000 personas acudieron a su entierro. Duke Ellington compuso uno de sus temas más célebres, 'Black beauty', en memoria de Florence Mills, e hizo algo más: compró una parcela en Woodlawn, muy cerca de la tumba de la cantante, para acompañarla eternamente. Ellington murió en 1974. Uno de sus mayores admiradores, el trompetista Miles Davis, decidió entonces que quería ser enterrado cerca de Duke Ellington y compró a su vez una parcela, que ocupa desde 1991. ¿Qué podía hacer el vibrafonista y pianista Lionel Hampton? En 2002 se unió al grupo de los gloriosos jazzmen difuntos del cementerio de Woodlawn. A principios de este año, los gestores de Woodlawn pusieron en venta 70 parcelas en la zona del jazz. Hubo un aluvión de compradores. El autor de este texto es Enric González. Leer noticia completa y ver hilo de debate en elmundo.es.