Una Alemania cuatro estrellas en Maracaná

Lunes, 14 de julio de 2014 | e6d.es
• Frenó a Puskas, luego a Cruyff, se vengó de Maradona y frustró a Messi

Löw, el hombre que moldeó un nuevo estilo para que la sistémica y mecánica Alemania abandonase la metalurgia para imitar el ballet de España, giró el cuello buscando soluciones y descubrió la pequeña silueta de Mario Götze. En mitad de una intensa partida de póker ante un rey del farol, qué mejor que tener un as en la manga.  El técnico teutón reconoció ante los periodistas que, cuando le tocó darle las instrucciones a su jugador, le advirtió antes de entrar al campo: ‘Sal y demuéstrale al mundo que eres mejor que Messi’. El chico se lo tomó al pie de la letra, amortiguó con el pecho una pelota endiablada de Schurrle y sin dejarla caer, con el perfume de la fragancia de los artistas del balón, empaló con su pierna mala para golpear el orgullo argentino, hasta entonces de pie. Götze liquidaba el sueño de Messi, que comenzó la final a un paso de la leyenda mundialista de Maradona y acabó a años luz de su mito. Alemania, cuatro estrellas en el pecho, hacía historia. Primera selección europea en poner una pica en territorio enemigo. Primer europeo en descubrir América. Su final fue una moneda al aire. Su campeonato, la recompensa a una trayectoria inmaculada de una generación irrepetible de futbolistas llamados a reescribir un nuevo estilo que comenzó como contracultura y que, ahora, con una Copa del Mundo bajo el brazo, germina en nuevo orden.  Maracaná, convertida en Mariocaná, premió a un equipo magnífico. Müller, Lahm, Götze, Hummels, Khedira, Neuer, Mitoslav Klose y compañía levantaron el título bajo el cielo estrellado de Atasco de Janeiro, con el Cristo del Corcovado como testigo.
Superada, que no derrotada, Argentina. Un equipo que llegó al Mundial encomendándose a Messi y que se sostuvo hasta su último aliento impulsada por el liderazgo incuestionable de Mascherano, ese señor que asegura que no es Rambo, pero que debe mentir de manera piadosa porque no ha nacido la trinchera ni la misión suicida que se le resista. Argentina io el tipo, jugó como debía, compitió hasta el tuétano y gozó de las mejores ocasiones hasta que las piernas se lo permitieron. Higuaín perdonó lo imperdonable (otra vez su leyenda de la escopeta de corcho), Palacio se asustó ante Neuer,  Messi desapareció en combate tras el primer tiempo y Sabella, sin motivo aparente, sustituyó a Lavezzi, cuando sus puñaladas a la espalda alemana eran lo más potable de su equipo en fase ofensiva.  Los argentinos, como siempre, compitieron como leones, vendieron cara su piel y desplegaron un ardor guerrero encomiable.  De haber tenido que reconquistar Las Malvinas, a Argentina le habría bastado con Mascherano. Pero como la tarea consistía en ganar a Alemania, a la albiceleste le faltó una pizca de fútbol y otra de puntería. De ambas fue sobrada La Manschaaft.
Alemania, que ya aprieta la leyenda de Brasil en el palmarés, volvió a alimentar su fama de enterradora de figuras. Frenó a Puskas, luego a Cruyff, se vengó de Maradona y frustró a Messi. La gloria fue germana y el desconsuelo, para Messi. La FIFA, sin previo control de alcoholemia, decidió entregarle el premio de mejor jugador del torneo. Leo fue sincero al recibir el galardón: ‘Significa entre poco y nada’.  Argentina arrancó sabiendo que un poco de Messi era mucho, pero cuando Messi entró en territorio Maradona, ese medio Messi acabó reducido a su mínima expresión. El premio al diez fue un sketch de Benny Hill para un tipo que hasta hace meses era Maradona todos los días y ahora es Messi quince minutos. Físicamente mermado y anímicamente extraviado,  le sucedió lo impensable: quiso llorar de impotencia y no encontró lágrimas.  Un poco de Messi era mucho, pero Argentina tuvo demasiado poco de Messi. Lapidario para unos compañeros que, en esta final, estuvieron a la altura de su colosal hinchada, sin bajar la mirada. El autor de este texto es Rubén Uría. Leer artículo completo y ver hilo de debate en yahoo.eurosport.es.