Solidaridad entre canastas

Jueves, 1 de agosto de 2013 | e6d.es
• Con cada viaje dejamos atrás prejuicios y somos un poco más sabios. Eso es lo que le pasó al jugador de la NBA Ricky Rubio al convivir con chicos senegaleses que participan en un proyecto de la Federación Española de Baloncesto

Siempre quise viajar a África. Otro continente, otra cultura, otras costumbres y otro estilo de vida muy diferente al que conocemos en Europa y en Estados Unidos. Como jugador profesional de baloncesto he participado en actividades destinadas a ayudar a personas necesitadas o enfermas, sobre todo niños, tanto en España, mientras jugué en el Joventut y en el Barcelona y cuando sigo haciéndolo con la selección española, como en Estados Unidos.
Todo va muy deprisa en la vida de un deportista de élite. Cuando tenía 14 años debuté en la Liga ACB con el Joventut. Pasé a jugar con y contra jugadores a los que admiraba, con los que soñaba competir. Fue el caso de Pau Gasol, con el que compartí equipo por primera vez con la selección en los Juegos Olímpicos de Pekín. Luego fiché por el Barcelona, con el que conseguí ganar la Euroliga en París. A los 21 años recién cumplidos dejé la ciudad donde nací, El Masnou, para irme a Minnesota y debutar en la NBA.
No hay día, semana, mes o año en el que un deportista no se marque objetivos y retos. No todo es éxito, triunfos o decepciones. A veces, como me pasó en marzo de 2012, una acción fortuita e inesperada te puede llevar a replantearte muchas cosas. Aquel día me lesioné en un partido contra los Lakers, y desde entonces, y durante nueve largos meses, mi objetivo se centró en recuperarme por completo. Llegó a haber días en que no me sentía jugador. Iba siempre un segundo más lento. Pero al fin, con el paso del tiempo, conseguí volver a coger confianza y a comprobar que la rodilla operada volvía a responderme. Afortunadamente, la vida de un deportista también deja espacio para pensar en otras ilusiones. Precisamente cuando hacía como un mes que había vuelto a las canchas, en enero, cuando en Minnesota el frío es todavía más intenso de lo que allí ya es habitual, tuve la ocasión de empezar a darle vueltas a una idea.
Fue entonces, el pasado enero, cuando mi amigo Jorge Garbajosa vino a visitarme a Minnesota. Teníamos que hablar de asuntos relacionados con la selección española, con la que disputaré el Campeonato de Europa en septiembre. Jorge me comentó que él estaba viajando mucho y que acababa de regresar precisamente de África, donde la Federación Española lleva a cabo un proyecto que ayuda a escolarizar y atender a unos 300 niños en un barrio de Dakar llamado Hann Bel Air. Quedamos en que me pasaría más información sobre este tema. Así lo hizo, y así empezó la que iba a ser mi primera experiencia africana.
Regresé a España en mayo, una vez finalizada la temporada en la NBA, y tras unos días de descanso viajamos hasta Senegal. No sabía qué me esperaba allí. Al llegar al aeropuerto de Dakar observé que es una ciudad totalmente diferente de las numerosas que he tenido oportunidad de visitar. Encontré a muchos niños por las calles, algunos de ellos enfermos, e infraestructuras precarias, pese a que me explicaron que Senegal ha experimentado un notable desarrollo durante los últimos años.
Me mostraron cómo funciona la Casa España, el Centro para la Formación Integral en el que la Federación costea las necesidades básicas de 300 de esos niños; cuida de su formación, salud y alimentación, y les inicia en la práctica del deporte. Pienso que ellos me reconocían por los pósteres que tienen colgados allí. Son chicos con una alegría especial, una sonrisa que no sabría muy bien cómo definir. Es… diferente, contagiosa, transparente, natural. Me dio la sensación de que Casa España supone para ellos un refugio. Allí se les ayuda a superar dificultades y a trabajar para el futuro. Se les brinda, además de la escolarización, un plan de salud y prevención, un centro médico de atención primaria y un comedor social.

"Fui a enseñarles un poco de baloncesto, pero ellos me enseñaron más a mí que yo a ellos”

El deporte, el baloncesto en concreto, es un estupendo vehículo transmisor de valores y una herramienta que puede ayudar a transformar la realidad social de cualquier niño. Jugué unos buenos ratos con ellos, todo lo que pude durante los cuatro días que pasé en Senegal. Como me hablaban en francés, idioma que no domino muy bien, también tuve ocasión de aprender de ellos. Me enseñaron varias frases. Y cosas mucho más importantes. Ellos lo comparten todo. Te dan todo su cariño, te invitan a comer con ellos, y no creo que sea porque puedan ver en mí a un jugador de la NBA. Actuaron del mismo modo con mi amigo Albert Guinart, que me acompañó en ese viaje.
Un día nos llevaron a la vivienda de una de las niñas que acude a Casa España. La estancia, no en muy buenas condiciones, tenía tres habitaciones para acoger a 25 personas, toda su familia… padres, hermanos, tíos, primos. Por más que me lo hubiera avisado Jorge, algunas de las cosas que ves allí, inevitablemente, te emocionan. Sus abrazos, su agradecimiento por compartir su día a día, su capacidad de luchar… Se suponía que yo fui a enseñarles un poco de baloncesto, pero ellos me enseñaron mucho más a mí que yo a ellos. En España y en Estados Unidos también he tenido la ocasión de apoyar a chicos que lo necesitan. Pero aquellos cuatro días en África han supuesto para mí una lección inolvidable. También tuve oportunidad de patear las calles, de visitar algún mercado y viajar a la isla de Gorea, desde donde se aprovisionaba de esclavos a Estados Unidos y otras colonias hasta bien entrado el siglo XIX. Afortunadamente, con el esfuerzo de mucha gente, el mundo ha cambiado, y debe seguir cambiando.  Leer noticia completa en elpais.com