Rüdiger Safranski: “Aspirar directamente a la felicidad es de bobos”

Lunes, 10 de junio de 2013 | e6d.es
• La vida dentro de percepciones fantásticas se ha convertido en un deporte de masas, bastante trivial en la mayoría de los casos

Gozosamente perdido en su refugio de la Selva Negra, el filósofo y ensayista alemán Rüdiger Safranski (1945) conversa con Fernando Aramburu sobre su última provocación, '¿Cuánta verdad necesita el hombre?' Contra las grandes verdades, que lanza Tusquets estos días en España. El biográfo de Nietzsche, Heidegger y del Romanticismo se enfrenta en esta obra a los peligros del dogmatismo fundamentalista y del totalitarismo con sus armas de siempre: cultura, ironía, distanciamiento y humor. Es, confiesa a Aramburu, su manera de destripar “el abrupto aterrizaje en la trivial globalización actual”.
 
Con su habitual ironía, cuenta Rüdiger Safranski que antes de nacer (enero de 1945) huyó del avance de las tropas soviéticas dentro de su madre embarazada. Aquel viaje inicial de Königsberg a la Selva Negra, por tanto de un extremo a otro de lo que entonces era Alemania, prefigura el itinerario intelectual de este hombre que no es un filósofo al uso; antes bien, un minucioso explorador del pasado literario y filosófico de su país.
Lo hiceron célebre sus monografías sobre Schiller, E.T.A Hoffmann, Nietzsche o Heidegger. La televisión afianzó después su popularidad. Durante más de diez años sostuvo junto con Peter Sloterdijk, en la segunda cadena de la televisión pública, el divulgativo “Cuarteto filosófico”. Allí desplegó Safranski virtudes de excelente comunicador: el humor, una vasta cultura y su destreza innata para relatar.
Hoy vive en Badenweiler, un pueblo idílico de la Selva Negra, rodeado de su copiosa biblioteca. Por encima de todo, es un disfrutador sereno. Le gusta acabar la jornada escuchando música clásica mientras fuma. Por cierto, en 2010 fue nombrado “Fumador de pipa del año”.
- ¿Cómo surgió la idea de escribir ¿Cuánta verdad necesita el hombre?
El libro es parte de un plan. Lo escribí tras otro dedicado a Schopenhauer, entre 1987 y 1989, en una época de cambios políticos bruscos (la caída del muro, el fin del bloque del Este) y también de orientación en lo personal. Hice una especie de balance: ¿qué figuras y corrientes de pensamiento de la tradición me fascinan? ¿Qué se puede aprender de todo ello en el buen y en el mal sentido? Ya se apuntan aquí los temas, problemas y aspectos a los que me consagraré más tarde: Nietzsche, Heidegger, el mal, los altos vuelos del idealismo, el abrupto aterrizaje en la trivial globalización, etc. El problema central es la diferencia entre la prudencia política y la riqueza extrema de la vida espiritual y cultural.Con frecuencia no armonizan. No todo lo intelectualmente excitante es razonable desde un punto de vista político, mientras que lo políticamente razonable es a menudo aburrido. Hay que aceptar la lógica de los distintos apartados y aprender a vivir en varios mundos.
- ¿Para qué necesitamos la verdad si al final nos trae culpa e infortunio?
Sea como fuere, vivimos con errores y autoengaño. Ahora bien, uno no puede engañarse adrede puesto que lo nota y ya no puede creer. Tal fue el gran error de Nietzsche, la idea de que uno se miente a sí mismo, se da cuenta y sin embargo se lo cree. Si veo un espejismo y lo sé, seguiré viendo una ilusión, un oasis por ejemplo, pero también sabré que no es real.
- ¿Qué vale hoy día la verdad interior, en el sentido de Rousseau, en un planeta con más de siete mil millones de habitantes?
Son siete mil millones de seres humanos individuales y cada uno es único para sí mismo. Si existe esa percepción, entonces también hay un vínculo personal con la propia verdad. Eso no lo cambia el número de hombres. Podrían ser también cien mil millones. Claro que alguna vez sólo habrá localidades de pie.
- Si el viejo dicho, Individuum est ineffabile, acierta, ¿para qué escribir libros? ¿O somos más explicables de lo que se piensa?

Se trata en realidad de una experiencia cotidiana. No tiene uno nunca la sensación de expresar con exactitud lo que ocurre en su interior. Aquello que vive dentro de uno nunca es del todo lo que se puede decir al respecto. Todo el mundo lleva consigo esa inefabilidad. Todos contienen algo inexplicable. Las explicaciones son construcciones, hipótesis, aproximaciones. Y, no obstante, dependemos de ellas. Claro está que no hay que confundirlas con la cosa en sí. Sólo podemos confiar en neurólogos y psicoanalistas en tanto que se responsabilicen del carácter hipotético de sus explicaciones. Al diablo con ellas si pretenden un grado de verdad superior.
- La técnica moderna es capaz de crear y simular realidades. ¿Ha muerto definitivamente el Romanticismo? El suicidio de Kleist, ¿no pasa hoy de una simple anécdota?
Sí. La técnica ha dilatado enormemente el campo de la realidad virtual. Podría decirse que el Romanticismo, o sea, la vida dentro de percepciones fantásticas, se ha convertido en un deporte de masas, bastante trivial en la mayoría de los casos. El antiguo Romanticismo era más hermoso, loco, imaginativo, embelesador, profundo. Y por eso el loco suicidio de Kleist, escenificado por él al modo de una pieza de teatro, sigue siendo una anécdota que nos conmueve.
El autor de esta entrevista es Fernando Aramburu. Leerla completa en elcultural.es.