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 06/05/2013

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Lawrence Schiller, el fotógrafo que destapó a Marilyn Monroe

“En esos momentos Marilyn estaba intentando sobrevivir como actriz”


A quién no le hubiese gustado ser Lawrence Schiller el 23 de mayo de 1962. El joven fotógrafo tenía el encargo de Paris Match de fotografiar a Marilyn Monroe en el rodaje de Something’s got to give, y tras una escena en la piscina la actriz se quitó el bikini y empezó a posar para él. Quería eclipsar a Elizabeth Taylor, de quien sentía celos porque los estudios Fox estaban completamente volcados en la promoción de su película, Cleopatra.
La situación fue la siguiente. Tras rodar la escena, Marilyn se dirigió a Schiller y le preguntó qué pasaría si de repente salía del agua sin su bikini color nude, explica por teléfono el protagonista de la historia. “Tú ya eres famosa, ahora me vas a hacer famoso a mí”, le contestó riendo. Y así fue cómo ese repentino, pero bien pensado, desnudo dio un empujón a la carrera del joven fotógrafo estadounidense.
Schiller y Marilyn se conocían de antes. Un inexperto Schiller recibió el encargo de retratar a la actriz mientras rodaba El multimillonario. De este primer encuentro, en 1960, sacó una conclusión clara. Ella sabía más de fotografía que él mismo, que por entonces contaba con 23 años. “Entendía la luz, la composición de la imagen, sabía lo que la gente quería ver de una foto suya. Y eso era único en una actriz”, asegura Schiller en conversación telefónica desde Nueva York. Es habitual encontrar negativos de la época con fotografías descartadas que la misma actriz tachaba en rojo. Pero esos conocimientos venían de una buena base, Schiller puntualiza que a Marilyn Monroe le hacían fotos desde que tenía 16 años, y en 1960 cumplía 33. La mitad de su vida ante las cámaras, y bajo las órdenes de los mejores fotógrafos del mundo.
Dos años después se volvían a encontrar. Y ni Marilyn ni él eran los mismos. Schiller ya conocía el negocio, se había hecho un nombre en la profesión y había fotografiado a otros grandes del star system hollywoodiense de la década de los sesenta. Ella se movía entre la oscuridad, entre las sombras, las depresiones y los escándalos amorosos con Sinatra o John F. Kennedy. De hecho, fue despedida –y luego readmitida- de la película Something’s got to give por sus continuos retrasos y ausencias injustificadas, como cuando se fue para cantar el inolvidable, y tantas veces imitado,“Happy birthday Mr. President”. Tras escuchar la propuesta de quitarse el bañador, Schiller lo tuvo claro: “Inmediatamente supe que se trataba de una transacción, de negocios. Me convertí en un instrumento porque vio en mí la oportunidad de hacer algo para ella”, recuerda por teléfono aún desde el otro lado del Atlántico -y aún sin saber si podrá visitar España coincidiendo con la inauguración de su exposición de fotos de la ambición rubia-.
Quizá esa oportunidad se la había labrado el fotógrafo en su primer cara a cara. Schiller recuerda lo nervioso que estaba por su falta de experiencia, y el temor que le producía lo que una gran estrella pudiera pensar de él entonces, unos años en los que ahora se describe cómo un “adolescente naíf”. Entonces decidió empezar por charlar con ella, por ganarse su confianza y que estuviera más cómoda, “y que así no viera que yo le quería robar su identidad”. Esa intimidad, esa cercanía con la estrella, es lo que le dio fama a su trabajo.
A lo largo de su trayectoria, que empezó con 13 años en un periódico local, John F. Kennedy, Robert Redford, Clint Eastwood, Paul Newman o Barbara Streisand fueron retratados con esa misma intimidad. ¿A quién le gustaría capturar ahora? “Mis días de fotógrafo fueron los años sesenta y los setenta”, y ahora, cuenta, se dedica a viajar y a enseñar. Las cosas han cambiado. Las celebrities tienen muchas maneras de comunicarse con su público, y además están rodeados de guardaespaldas, agentes, relaciones públicas, estilistas… En la época de Schiller las estrellas de Hollywood necesitaban de fotógrafos como él, que les retrataran para poder salir en revistas como Life o Paris Match. “Para ellas era importante tener fotografías en las que aparecieran lo más normal posible, y por eso se producía esa confianza”, recuerda. Famoso y fotógrafo podían convivir durante días. Ahora ya no –ellos mismos pueden vender sus momentos más íntimos en la Red-. Schiller lamenta que esto nos pueda hacer perder grandes instantes como la última aparición de Buster Keaton en un rodaje, cuando Newman y Redford leían el guion de Dos hombres y un destino o ese asiento trasero en el descapotable de Tippi Hedren con un Hitchock adormecido. Todo, capturado por su objetivo.
Schiller es más que uno de los últimos que la fotografió. También fue de las últimas personas en ver a la actriz antes de morir. El mismo día, el 4 de agosto de 1962, acudió a su casa para que le aprobara unas fotografías del rodaje. Pero para él eso no fue un dato relevante entonces y no lo es ahora. Asegura que acudía con frecuencia a su domicilio para hablar sobre trabajo, y en la conversación telefónica no quiere comentar la pequeña discusión por las imágenes del desnudo, quiere poner el acento en lo que para él fue realmente importante en esas últimas semanas que compartió con la que nació como Norma Jeane. “Las fotos demuestran a una Marilyn que quería sobrevivir, una Marilyn que quería sobrevivir como actriz”. En cualquier caso, esa sesión de fotos le dio su primera portada de la revista Life. Pocas semanas después conseguiría la segunda, y de nuevo la protagonista era ella, pero esta vez para hablar de la tragedia.
El autor de este texto es Elisabet Sans. Leer noticia completa y ver hilo de debate en elpais.com.
 
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