Las madres afectadas por el robo de bebés denuncian el uso de drogas para arrebatarles a sus hijos

Jueves, 16 de mayo de 2013 | e6d.es
• Denuncian también la actitud obstruccionista de la Policía, así como una posible labor de destrucción de pruebas

“Yo no iba de parto, a mí me durmieron y me arrancaron a mi hijo. Como a otras. Nos drogaban, nos inyectaban pentotal y estábamos varios días como borrachas”. Es el testimonio de Paula Díaz, que se repite en otras madres víctimas del presunto robo de sus hijos en el antiguo Hospital de las Cinco Llagas de Sevilla, un monumental edificio renacentista que para muchas de ellas se convirtió en una auténtica cámara de los horrores y que contagió sus métodos extremos a otros centros sanitarios andaluces.
En 1970, con apenas 25 años, Paula tenía ya tres hijos, estaba embarazada de un cuarto y visitaba con frecuencia las Cinco Llagas para cuidar a su padre, enfermo de tuberculosis. Cuando su padre se curó, ella explicó a la monja que ejercía como jefa de enfermería que no podía encargarse de él, puesto que iba a tener un cuarto hijo, con una economía muy modesta, pues su marido era panadero en el cercano pueblo de Gelves. La religiosa, enterada de la situación, intercedió para que su padre ingresara en un asilo. El 17 de octubre, antes de cumplir los nueve meses de gestación, Paula acudió al hospital por pérdidas de líquido, pero sin dolores ni síntomas de parto. Ya estaba todo preparado.
Sin reconocimiento previo, la llevaron a un paritorio oculto. “Una enfermera vestida con uniforme nuevo, sin conocerme de nada, me dijo ´Paula por aquí´, y me subió en un montacargas hasta una planta abandonada. Yo iba llorando mucho porque tenía muy mal presentimiento. Había vigas de madera por el suelo del pasillo, por el terremoto del año 69. Las habitaciones de esa planta las utilizaban como trasteros. Me metieron por una puerta pequeña y me recibieron otras tres enfermeras más jóvenes también con uniforme nuevo, formando un círculo. Era otro trastero, con muchas mesitas de noche apiladas. Tenían mucha prisa. Una de ellas me dijo: ´Paula, si ya has tenido tres hijos y te han salido sanos y buenos, por qué tienes miedo` ¿Cómo sabía que me llamaba Paula y que tenía tres hijos, si yo no los había dado a luz allí?”, recuerda con enorme angustia.
“A partir de ahí, me durmieron y no volví a saber nada, hasta que mi niño me despertó llorando. Estaba desnudo y solo encima de un antiguo mueble de cocina de acero inoxidable. Le brillaban las carnecitas a la luz de una bombilla colgada de la pared. Quise cogerlo pero estaba atada al borrico de pies y manos. Yo estaba aturdida pero gritaba y gritaba, y no venía nadie. El niño berreando y yo chillando amarrada. Hasta que llegó una enfermera bajita y se lo llevó y ya no lo vi más”, lamenta Paula. “Me tuvieron en una camilla casi a ras de suelo, me siguieron dando tanta droga que me quedé ciega y apenas me acuerdo de nada”.
Paula Díaz llegó a quedarse ciega temporalmente debido a las inyecciones de pentotal
El médico le informó que su hijo tenía labio leporino, afección que se le curaría en unos días, pero que en cambio padecía una gravísima enfermedad de corazón. Hoy día Paula reconoce el engaño, pues el certificado de defunción que ha obtenido señala como causa de muerte “labio leporino”, algo del todo imposible, y además un bebé con dolencia cardiaca no podría haber llorado con esa fuerza. A las 36 horas le comunicaron que el niño había fallecido. Nadie vio el cadáver. Tan sólo le enseñaron a su marido, a varios metros y a través de un cristal, una cajita de madera repleta de algodones entre los que sobresalía una carita muy blanca.
Es exactamente lo mismo que vieron muchos de los afectados por supuestos robos de bebés en Sevilla, siempre a varios metros de distancia y a través de cristales. Hoy día piensan que se trataba de un truco, un fantoche que tenían preparado para enseñarlo a los padres, como el bebé congelado que, según las denuncias, mostraban en la clínica San Ramón de Madrid para consumar el engaño. Al cabo de diez años avisaron a Paula de que iban a trasladar el féretro de su hijo del nicho. Para entonces ella tenía ya seis hijos y no pudo asistir. Sin embargo, a los pocos días oyó decir al enterrador que el ataúd estaba vacío. “Siempre le dije a mi marido que me lo robaron, pero él no me creyó. Yo nunca le llevé flores porque sabía que mi hijo no estaba allí”, concluye.
A María Granada Rodríguez también la drogaron con pentotal en 1974. “Me pusieron una inyección y no me enteré de nada hasta el día siguiente”. Sin embargo, algo traumático ocurrió durante el tiempo que estuvo sedada. No puede recordarlo pero le atormenta en sueños. “Llevo cuarenta años despertándome malísima, buscando a mi hijo, cuarenta años que me paso las noches sentada llorando en la cama y sin querer decir nada”, admite compungida.
Cuando se puso de parto sus padres residían en Madrid y su marido no se encontraba ese día en Sevilla, así que acudió al centro sanitario sola. Nunca llegó a ver a su hijo, al menos de forma consciente. A su esposo le enseñaron la susodicha cajita. Al cabo de los años, se ha enterado de que el motivo oficial de la muerte fue parada cardiorrespiratoria. El hospital no le entregó el historial clínico aduciendo que se había perdido, pero apareció milagrosamente al solicitarlo la Fiscalía.
Carmen Lorente tampoco vio a su hijo, ni siquiera cuando fue a desenterrarlo en 1989. La tumba estaba vacía. Sólo había dentro algodón y un trozo de sábana. En ese momento creyó lo que le dijo le enterrador, que al ser un bebé se había disuelto por completo. Hoy día, sabiendo que eso es totalmente imposible, que ni el cráneo ni los fémures pueden nunca desvanecerse, lamenta no haber llamado a la Policía en ese mismo momento. “Con la de lagrimas que he echado yo allí y lo que le he rezado a mi niño” durante toda una década, desde que dio a luz en 1979, “y allí no había nada”. Hoy lleva su caso con un abogado de oficio.
La práctica de drogar a las parturientas para arrebatarles presuntamente a sus hijos se prolongó en el tiempo. Tanto que a Maria del Carmen Perea, en 1982, también le inyectaron pentotal, esta vez después del parto, en el antiguo hospital García Morato, hoy Virgen del Rocío. Recuerda que quedó muy aturdida, casi sin sentido, pero que no se durmió. Tras dar a luz a las tres de la tarde la pasaron a la unidad de observación, pero no avisaron a su familia, que a las siete aún permanecía a la espera de noticias. Fue una limpiadora conocida quien les informó que el parto se había producido cuatro horas antes. No les dejaron ver a la niña, y a la madrugada siguiente les informaron de que había fallecido. “Yo estaba muy rara, como borracha, y a mi marido le enseñaron la cajita tras los cristales”, recuerda.
El autor de este texto es José Luis Gordillo. Leer noticia completa y ver hilo de debate en su fuente original: periodismohumano.com.