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 16/04/2014

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La noche que Charlie Parker emocionó a Stravinsky

Para “Bird”, Stravinsky era prácticamente un icono intocable a quien adorar desde lejos…


Supongo que recordarán aquella maravillosa película llamada Bird, dirigida por Clint Easwtood, en la que Forest Whitaker encarnaba al atormentado saxofonista de jazz Charlie Parker. En una secuencia, el protagonista permanece de pie frente a la casa del compositor, pianista y director de orquesta más famoso del mundo, Igor Stravinsky.
Parker lo contempla desde la distancia, con una mezcla de fascinación y timidez.
Mientras tanto escuchamos la música de Stravinsky, uno de los escasísimos momentos de la película donde suena algo que no sea jazz o sus derivados.
Finalmente, Parker no se atreve a hacerle saber al ruso que está allí y este entra en su casa sin percatarse de su presencia.
Una bella escena, muy poética y que quizá no se alejaba demasiado de la realidad. Para «Bird», Stravinsky era prácticamente un icono intocable a quien adorar desde lejos… aunque en realidad llegaron a encontrarse una vez: un curioso cruce entre dos colosos que procedían de mundos distintos, la música sinfónica y el jazz, dos universos que por entonces parecían destinados a no entremezclarse demasiado.
 

 



 
Igor Stravinsky, como decimos, era mundialmente famoso desde el primer cuarto del siglo XX. A finales de los años cuarenta Charlie Parker también se había convertido en un icono, aunque a mucha menor escala. Buena parte del público estadounidense no lo conocía o sencillamente no se interesaba por su música. Muchos oyentes no entendían aquel be bop convulso y extraño que incluso había escandalizado a pesos pesados del jazz tradicional, como Louis Armstrong: el legendario trompetista llegó a calificar al be bop como «ruido» y esto puede dar idea de hasta qué punto causaba reticencias el nuevo estilo. Eso sí, Parker tenía una reducida aunque fiel legión de seguidores que estaban dispuestos a elevarlo a los altares, considerándolo algo parecido un semidiós desde el punto de vista musical. Era adorado por los hipsters, como se llamaba entonces a los fans del jazz de vanguardia. No se sorprendan, el término es muy antiguo: a principios del siglo XX se llamaba hepsters o hepcats a los seguidores de aquel tipo de música; en los años cuarenta seguía aplicándose el término, que podría traducirse como «el que está a la última en cuestiones de jazz». Entre 1947 y 1950 Parker fue ganando la primera plaza en las diferentes votaciones a mejor saxofonista que organizaban revistas como Metronome o Down Beat y su nombre se escuchaba también en Europa.

 

 



 
El prestigio de Charlie Parker entre los hipsters neoyorquinos era tan enorme que los dueños del club donde solía actuar rebautizaron el garito como «Birdland» en honor a su apodo, «Bird», con la idea de atraer a los feligreses parkerianos, que acudían allí como quien se encamina a una ceremonia religiosa: sentían que Parker estaba llevando a cabo una revolución de magnitud histórica (y tenían razón) por lo que el local se convertía oficialmente en la catedral del be bop. Hipsters y algunos músicos acudían cada noche para contemplar al hombre del momento, al individuo que estaba rompiendo todos los esquemas jazzísticos habidos y por haber. Los fieles de Parker consideraban que su ídolo estaba a la altura de los gigantes de la música modernista, como Bela Bartok, Arnold Schoenberg y el más importante de todos ellos, Igor Stravinsky. Aunque esta comparación no encontraba demasiado eco, ya que entre los aficionados más estirados de la música sinfónica no faltaban quienes pensaban que el jazz era un estilo popular destinado al mero entretenimiento. Y así había sido muchas veces, con la moda del swing, por ejemplo. Pero entre bastidores el jazz no dejaba de evolucionar y el be bop de Charlie Parker constituía un alejamiento abrupto de aquel jazz más comercial que el gran público podía entender. La música de Parker era experimental, difícil y retorcida para los oídos de entonces. Leer noticia completa en jotdown.es

 
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