Hitchcock, el gran masturbador

Viernes, 1 de febrero de 2013 | e6d.es
• La forzada transformación de Anthony Hopkins en la figura icónica de Hitch respiran autenticidad

El cineasta sabio y orondo, en el foyer del cine, administrando como un director de orquesta las reacciones del público. Sus aspavientos marcan con precisión el ritmo y la intensidad de los gritos. Por algo es el más perfecto sabedor de aquello que inquieta, aterra y complace al espectador. La escena tiene lugar casi al final de Hitchcock, en la noche de estreno de Psicosis, y aparte de hacerse eco de un fragmento de las famosas conversaciones entre Alfred Hitchcock y François Truffuat -“Dirigía a los espectadores como si estuviera tocando el órgano”- emerge como eficaz metáfora de la alquimia cinemática del mago del suspense (y del terror y del melodrama), su estatuto como hechicero de la psicología colectiva frente a la pantalla. Hitchcock: el gran masturbador (y manipulador) de las psiques del siglo XX.
No es una mala decisión centrar este retrato con doble fondo del autor de Vértigo en el proceso de producción de Psicosis, su filme más popular, determinante punto de giro no solo en la filmografía de Hitchcock -financiado personalmente por él, bajo un sistema y una estética paratelevisiva, ante el rechazo de Paramount a implicarse en una historia barata de terror-, también en el curso del cine moderno. Psicosis se estrenó el mismo año en que Antonioni conmocionó el cine europeo con La aventura. Hay algo muy audaz, insólito en 1960 (y aún hoy) que hermana ambas películas: sus protagonistas -a la sazón, Janet Leigh y Monica Vitti- desaparecen cuando la historia acaba de empezar. Incluso antes de que empiece. La película de Sacha Gervasi da cuenta de ello con transparente devoción hacia el instinto y el genio del creador que se propone retratar, al tiempo que perfila algunos de los rasgos más inquietantes y reveladores de su secreta intimidad.
La forzada transformación de Anthony Hopkins en la figura icónica de Hitch, al igual que el conjunto del filme, puede precipitarse en ocasiones hacia el manierismo, pero finalmente el personaje y la película respiran autenticidad. Al menos una clase de verdad que nos satisface: la construcción resulta tan artificial y elocuente como las propias películas del genio de Leytonstone. Cuando el filme no se entrega con encanto y diversión a los clichés de la mitología hitchockiana -el voyeur, el bebedor, el tímido patológico, el control freak, el amante de las rubias, el genio sin medida...-, o a los tópicos del anecdotario cinematográfico -las negociaciones con la censura, las escenas de la ducha y las escaleras, el despiadada trato a Mera Viles, etc.-, su humanidad termina por revelarse a través de la relación con su mujer y colaboradora creativa, que la historia (o los créditos de las películas) ha arrinconado en las sombras, pero que acaba emergiendo como la vertiente troncal, y más estimulante, del filme.
El autor de este texto es Carlos Reviriego. Leer artículo completo en elcultural.es