Goust, el pequeño país de los Pirineos

Martes, 29 de octubre de 2013 | e6d.es
• Con una superficie de dos kilómetros cuadrados y medio y una población que rara vez llegó al centenar y medio de personas

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La frase que da título a esta entrada fue utilizada por las autoridades de Andorra como parte de las asiduas campañas de promoción turística del Principado en España. Y el caso es que, si nos ponemos puristas (extremadamente puristas, añado), es incorrecta, puesto que Andorra no es “el” país de los Pirineos, sino “un” país de los Pirineos. Existe otro país, prácticamente desconocido para el resto del mundo, que, técnicamente al menos, merece también esa denominación. Se trata de la minúscula República de Goust, un pequeño enclave en los Pirineos, a 24 kilómetros de la frontera hispanofrancesa, que pertenece a Francia, y sin embargo oficialmente nunca ha sido anexionado al país galo.
Si Singapur es una ciudad estado, Goust sobrepasa con creces esa denominación. Es una aldea estado. Con una superficie de dos kilómetros cuadrados y medio, y una población que rara vez llegó al centenar y medio de personas, es uno de los países más pequeños que jamás ha existido. La localidad funcionó de manera autosuficiente, dedicado a la agricultura y la ganadería, por lo menos desde el siglo XIV. Y en 1648 (año en el que se firmó la Paz de los Pirineos) su independencia fue reconocida por España y Francia. La minúscula república carecía de un Estado merecedor de tal nombre, puesto que los habitantes no pagaban impuestos, ni necesitaban, por tanto, funcionarios. Nueve familias componían la totalidad de la población del país, gobernado únicamente por un consejo de doce ancianos (la longevidad en el pueblo/país parece ser proverbial).

A finales del siglo XIX la población no llegaba a las setenta personas (sin duda, el país menos poblado del mundo), casi todos ellos parientes con diversos grados de consanguineidad. Este consejo de ancianos decidía sobre todos los asuntos y disputas en el país, incluídas las solicitudes de boda. El pueblo y el país son tan pequeños que carecían de un sacerdote en nómina, por lo que para celebrar bodas, bautizos y funerales la población al completo tenía que trasladarse a la vecina población de Laruns. Con las bodas y bautizos no había problema, porque los novios pueden caminar (normalmente) y a los bebés es fácil llevarles, pero a la hora de enterrar a alguien los cinco montañosos kilómetros podían hacerse algo largos cargando un ataúd, así que los goustenses (gentilicio que acabo de inventarme) procedían a empaquetar al finado en un ataúd y a lanzarlos a ambos ladera abajo hasta Laruns, donde finalmente el alma del vecino podría encontrar descanso eterno, y todo eso.
Según cuentan las crónicas de la localidad, el rey Enrique IV le concedió una pensión vitalicia a un ciudadano de la república que había nacido en 1442. Teniendo en cuenta que Enrique IV reinó entre 1589 y 1610 (y que había nacido en 1554), resulta poco sorprendente la fama de longeva que poseen los lugareños. La pensión se extiguió cuando presuntamente murió su beneficiario, en 1605, a la tierna edad de 163 años. Uno, que es malpensado, opina que algo de trampa debieron hacer los habitantes de Goust para seguir cobrando la pensión. Y es que todo está inventado desde hace ya tiempo.
A Goust se la menciona en varias publicaciones de finales del siglo XIX y principios del XX, y posteriormente desaparece del mapa. Un tal Edwin Asa Dix menciona el minúsculo país en un libro titulado “Viaje veraniego por los Pirineos”, que fue publicado en 1890. Según cuenta, al llegar allí el muy cachondo se presentó como una especie de embajador americano, y anunció que cualquier cortesía que tuvieran con ellos sería considerada de manera oficial por su país. Sólo encontró mujeres trabajando seda para venderla en el resto de pueblos del valle. Ante sus preguntas sobre la soledad y el aislamiento del pueblo aquellas mujeres respondieron que realmente no se sentían ni solos ni aislados. Le contaron cosas sobre su peculiar forma de gobierno y sobre su pequeña historia local, y, a cambio, el viajero fue inquirido sobre su viaje por los Pirineos. Las lugareñas no entendían la necesidad de viajar desde Estados Unidos hasta tan lejos simplemente para dar un paseo. También les sacó una fotografía, no sin antes explicarles el funcionamiento de la cámara, de la que sólo he podido encontrar esta atroz reproducción. Leer artículo completo en fronterasblog.woordpress.com.