En la India rural predominan los mitos y temores relacionados con el Sida

Domingo, 18 de septiembre de 2016 | e6d.es
• La Fundación Vicente Ferrer cuenta con una Unidad de Enfermedades Infecciosas que proporciona asistencia médica y nutricional


En la India rural predominan los mitos y temores relacionados con el VIH. Cuando una persona con esta enfermedad muere sus familiares evitan el contacto físico. El Hospital de Bathalapalli, construido por la Fundación, cuenta con una Unidad de Enfermedades Infecciosas que proporciona asistencia médica y nutricional en el distrito de Anantapur. Incluye un programa específico para mujeres viudas porque es uno de los colectivos más vulnerables de la India rural.
Viuda y víctima de VIH, Krishna Veni (1974), asiste a reuniones mensuales organizadas por la FVF que le aportan “un enorme apoyo y fortaleza para seguir adelante”. La historia de superación de Krishna es una fuente de inspiración para muchas mujeres que han perdido a su marido y que se enfrentan a esta enfermedad.
 
¿Cuándo supiste que tenías el VIH?
En el año 2003, cuando falleció mi marido. Él trabajaba como comercial de gasolina, un día estábamos vendiendo juntos y tuvimos un accidente en el que él murió. Yo sobreviví pero mi cuerpo quedó repleto de quemaduras. Me atendieron en el hospital y allí me diagnosticaron la enfermedad. Al darme el alta me pidieron que pagara 8.000 rupias (115 euros) para quemar la cama que había utilizado y evitar contagios. Fue un momento muy duro, regresé a casa en circunstancias muy difíciles.
 
¿Cómo reaccionó tu familia?
Mis parientes tenían un gran desconocimiento de la enfermedad y mucho miedo al contagio. Cuando murió mi esposo dejé la aldea en la que vivía con su familia para regresar a casa de mis padres en Anantapur. Ellos me alquilaron una habitación independiente para que viviera allí sola. Estuve seis meses sin ver a mis hijas porque les daba miedo ver las quemaduras del accidente. Los médicos me dijeron que moriría pero un año después mis heridas estaban curadas.
 
¿Fue cuando empezaste el tratamiento de VIH en el hospital de la FVF?
Si, en 2004 fui al hospital que la Fundación tiene en Bathalapalli y empecé a recibir tratamiento una vez al mes. Me administraban medicamentos y alimentos como huevos, polvo de leche y otros nutrientes. Para mí fue un cambio importante porque los médicos terminaron con muchos mitos sobre esta enfermedad y me animaron a seguir adelante. Sentí que no estaba sola porque conocí a otras personas en la misma situación que yo. Me di cuenta de que el Sida no es la peor enfermedad del mundo, sino que hay cosas mucho peores.
 
Han pasado 12 años, ¿sigues con el mismo tratamiento en la actualidad?
Ahora voy al hospital una vez cada dos meses para hacer seguimiento de la enfermedad;  desde el año 2006 me proporcionan un paquete más completo de alimentos: cuatro kilos de lentejas, cuatro kilos de ragi -un cereal local muy nutritivo-, un kilo de cacahuetes, dos kilos de aceite y dos kilos de arroz. Además, participo en los grupos de apoyo para mujeres viudas con VIH que organiza la Fundación mensualmente y que me sirven como terapia.
 
¿En qué consisten esas reuniones?
El día diez de cada mes nos reunimos un grupo de unas doce mujeres en la misma situación, todas son viudas y tienen VIH. En estos encuentros nos proporcionan apoyo psíquico y hablamos de nuestra salud, de nuestros tratamientos, de los efectos secundarios de los medicamentos que consumimos, de cómo optimizar la alimentación en función de nuestro nivel económico, de cómo las mujeres deben cuidar a sus hijos seropositivos, etc. También compartimos nuestros problemas familiares o solicitamos becas si es que hay niños que las necesitan. Por ejemplo, la menor de mis hijas está estudiando Ingeniería en la universidad con la subvención de la Fundación.
 
¿Cómo es tu vida actualmente?
Ahora vivo con mis dos hijas universitarias de 18 y 21 años. Desde hace 12 años tengo un comercio de saris que conseguí crear con un préstamo a plazos que me concedió la Fundación. Cada dos meses voy al hospital de Bathalapalli a seguir con el tratamiento, y una vez al mes voy a la oficina central de la Fundación para participar en las reuniones con otras viudas, en las que encuentro un enorme apoyo y fortaleza para seguir adelante. Estoy agradecida porque finalmente he conseguido vivir en paz.

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