El hombre invisible | Relato literario de Eva Borondo

Lunes, 11 de enero de 2016 | e6d.es
• No podían verlo porque veían a otra persona

No lo supo hasta mucho después de lo esperable, pero estaba claro que era así. No había duda, porque ya lo había comprobado con mucha gente a lo largo del tiempo. Había descubierto que era invisible. Era verdad: la gente no lo podía ver. Lo miraban a los ojos y descubrían otra mirada; a la boca y descubrían cualquier cosa excepto lo que era. Su ropa, incluso, algo que se pudiera considerar objetivo, daba señales de ser alguien que no era.
Así pues, era invisible, pero no como en las películas o en los cómics, en los que el ser aparece etéreo pero con una forma parecida a la suya. No, no podían verlo porque veían a otras personas. Por ejemplo, su padre veía a un fracasado en la vida, a alguien sin futuro y con un pasado, cuanto menos, aburrido; su madre lo veía como un triste ser indefenso, sin suerte para las mujeres, pero muy bueno; su jefe, como un listillo, un mediocre, un “poca cosa” que se creía alguien; su mejor amigo lo consideraba un juerguista, un borracho y un capullo.
Así era, y no solo con la gente que conocía, pues cuando iba al supermercado, la cajera lo veía como un tipo guapo a quien gastar bromas; el sujeto que le pintó las paredes lo veía estúpido, ignorante y con muchas dotes para ser estafado; una mujer en una parada de autobús lo tomó por ladrón y se sujetó bien el bolso; un chico joven lo miró desafiante, como si mirara a un fascista.
A veces se sentía ofendido, otra veces le hacía gracia, pero nunca utilizó sus dotes de invisibilidad para obtener ningún beneficio, ni siquiera con la cajera del supermercado, a quien podía haber engañado para tener con ella un “affaire”, un asuntillo amoroso.