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 11/03/2013

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El curioso origen del verbo ‘testificar’ y la historia de la papisa Juana

Existe una historia, incluso con datos biográficos, sobre la existencia de un papa de sexo femenino que estuvo en su cargo durante dos años


¿Cuántas veces hemos escuchado aquello de “…por mis cojo..es” ésto o aquello?, o incluso nosotros mismos nos hemos despachado con esa expresión en un ímpetu y demostración de poderío testicular, la mayor parte de las veces fruto de una conjunción entre juventud y búsqueda de la posición jerárquica en el grupo, lo que habitualmente suele coincidir con la llamada “edad del pavo”.
Pero tampoco es preciso que nos remitamos a la adolescencia, pues la masculinidad expresada en esa forma es patrimonio, en mayor o menor medida, de todas las franjas de edades.
Para más detalles, esa demostración viril suele ir acompañada de un apretón de sendas partes, con movimiento repetitivo de elevación de los ‘testigos’, a la vez que se pronuncia la frase que se desea atestiguar como verdadera. Sí, he dicho bien: ‘testigos’, pues etimológicamente testículos proviene del latín testículus, compuesto por testis, que significa ‘testigo’, al que se añade el sufijo ‘culus’ que se utiliza como diminutivo; por tanto un testículo es un ‘pequeño testigo’. Como ejemplo, en algunas sociedades patriarcales es común que los recién estrenados papás enseñen orgullosos a sus amigos los ‘pequeños testigos’ de sus vástagos de sexo masculino, como prueba de virilidad de sus herederos varones. Así pues, los testículos, que son visibles externamente en el cuerpo desnudo del hombre, se manifiestan como pequeños testigos de su virilidad, los cuales incluso han sentado jurisprudencia, como explicaré después. La mujer no los posee’ y aunque existen féminas con ‘muchos ovarios’, la expresión es moderna y no existen antecedentes históricos que se asemejen siquiera a la costumbre que dio origen al verbo testificar.
 
Pero dicho esto, ¿qué tiene que ver testículo con testificar?
Nos encontramos con el origen más fiable de ‘testificar’: cuando en la actualidad afirmamos nuestra ‘verdad’ (coloquialmente, no ante un tribunal) y lo atestiguamos tocándonos los testículos con vehemencia, muchos no sospechamos que esa acción ya era realizada hace miles de años por los romanos. Los antiguos romanos, aunque poseían variados dioses a los que rendían culto, no disponían de una Biblia sobre la que jurar cuando debían declarar diciendo obligadamente la verdad. La forma que tenían de atestiguar que decían verdad era apretándose los testículos con la mano derecha (el derecho romano sólo reconocía capacidad de declarar como testigo en juicio a los varones) y de esta costumbre derivó la palabra ‘testificar’. Ésta proviene del latín testificare, que está compuesto por testis (testigo) y facere (hacer); podemos decir pues que testificar significa literalmente ‘tocarse los testículos’, pues así lo hacían los romanos.
Así que, cuando en un acto de afirmación nos ‘tocamos los testículos’ estamos emulando, ni más ni menos, una actividad recogida en el derecho romano, por muy soez que parezca el acto.
 
Un papa de sexo femenino
La relación testículo - testigo va más allá, pues antiguamente los papas debían demostrar que tenían sexo masculino para poder acceder al papado (este hecho sigue sin ser reconocido por la Iglesia Católica) y la forma de atestiguarlo era permitiendo que fueran ‘palpados’ sus testículos en prueba de masculinidad.
Aunque lo que voy a narrar parece ser una leyenda existe una historia, incluso con datos biográficos, sobre la existencia de un papa de sexo femenino que estuvo en su cargo durante dos años y que podría haber dado lugar a la costumbre posterior de comprobar el sexo de un cardenal previamente a ser propuesto para papa. La mujer de esta historia o leyenda se llamaba Juana, al parecer era hija de un monje y consiguió hacerse pasar por hombre de nombre Juan para conseguir obtener mayores conocimientos, los cuales estaban prohibidos a las mujeres. Trabajando como escribano pudo moverse con cierta libertad entre la aristocracia llegando a ser secretario del papa León IV.
Existen numerosas versiones sobre la forma en que Juana llegó a ser Juan XIII a la muerte de León IV, e incluso sobre la procedencia y otros variados datos biográficos, pero no existe nada concluyente al respecto. Lo que si llama la atención son algunas cuestiones que se derivan de varias actuaciones eclesiásticas, al parecer con la intención de borrar este hecho de la historia de la Iglesia Católica; una de ellas es la existencia de un segundo papa Juan, pero que no reinó como Juan XIX, como sería lógico por orden numérico, sino que fue nombrado también Juan XIII, como calcando al anterior para eliminar su existencia.
Según la misma leyenda, la papisa Juana quedó embarazada de su sirviente personal y aunque los atuendos papales permitían ocultar su estado durante una procesión, entre la basílica de San Pedro y Letrán, cuando pasaban ante la iglesia de San Clemente, comenzó a sufrir contracciones dando a luz allí mismo. En un caso se dice que Juana murió lapidada a manos de la multitud encolerizada por la mentira descubierta y en otro caso que murió durante el parto. Sea o no verídico, lo que sí es constatable es que la Iglesia tiene prohibido realizar procesiones frente a San Clemente.
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