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 26/07/2013

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Crisis olvidadas por la crisis... ¿Qué debemos hacer las ONG?

Reflexionamos acerca del papel del Tercer Sector y de la responsabilidad que tenemos para con la sociedad civil y los problemas que le afectan de lleno en un contexto de crisis


Me armaré de dignidad y haré un pequeño esfuerzo extra para obviar que el sector está hundido en todo el país y dejaré de lado que gobiernos autonómicos- últimos reductos de la otrora generosa cooperación descentralizada española - se han subido al carro del resto de ejecutivos autonómicos y sirviéndose de la excusa de la crisis ha congelado las expectativas de mucha gente, personas de aquí y de allá.
Llegado este punto, la cuestión que se nos plantea es: ¿qué podemos hacer las ONG en este contexto? Y más concretamente, obviando el funesto panorama que se nos ha abierto de un tiempo a esta parte, ¿qué podemos aportar a la acción humanitaria descentralizada?
En primer lugar, ubicarnos. Somos ONG, prestadoras de unos servicios que los gobiernos no pueden dar a las personas en unos determinados contextos. Sin embargo, no somos empresas, sino sociedad civil. Se trata el nuestro de un sector que pone a las personas en el centro y que trabaja codo con codo con los actores clave en el Norte y en el Sur. Pero esto no nos da un cheque en blanco para hacerlo de cualquier manera: hay formas de hacer, no solo distintas, sino mejores que otras. Aliviar el sufrimiento, dar dignidad y dejar las cosas mejor que como estaban cuando llegamos. Esa es nuestra responsabilidad, y no otras que a veces nos arrogamos o nos confieren otros.
No somos responsables de salvar al Congo de las guerras que lo asolan desde hace décadas, ni tenemos una varita mágica para convertir a Haití en un estado democrático después de un terremoto, ni seremos jamás capaces por nosotras mismas de sentar a una mesa al gobierno colombiano y a las FARC, y por supuesto no podemos impedir que lo de 1994 se vuelva a repetir en Ruanda. Pero podemos trabajar para aliviar el sufrimiento y reducir los riesgos de desastre en todos esos países que he mencionado, sin enfundarnos un traje de salvamundos que no nos sienta nada bien, porque nos queda grande y pretencioso.

En segundo lugar, no podemos dejar de observar la realidad. Ésta nos da varias pistas:
a) Vivimos una crisis de criterios de intervención para la acción humanitaria. En este sentido, en los últimos tiempos estamos asistiendo a un viraje hacia la oportunidad de la ayuda como nuevo y decisivo criterio para decidir la intervención en un determinado contexto humanitario. La oportunidad de la ayuda se manifiesta en situaciones cada vez más comunes y con rasgos cada vez más marcados:
1. Politización e instrumentalización de la acción humanitaria, que puede conducir, en la práctica, a una grave violación de algunos de los principios humanitarios de universalidad, humanidad, imparcialidad, neutralidad e independencia, al tiempo que conceptos como la pertinencia, la calidad o el impacto de una intervención pueden quedar relegados a un segundo plano.
2. Mediatización de la ayuda. Apoyándose en la amplia cobertura mediática que se otorga a unos contextos humanitarios determinados, se utiliza la ayuda como un lavado de imagen ante la comunidad internacional y/o ante la opinión pública interna. Este enfoque contamina la intervención generalmente desde dos flancos: por una parte, las declaraciones de intenciones de los Estados sobre su nivel de implicación y los fondos comprometidos para paliar el desastre presentan finalmente serias diferencias con los fondos finalmente desembolsados. Por otro lado, los despliegues de los medios de comunicación destacan más por sus dimensiones que por la calidad de su trabajo.
3. Militarización y gremialización de la ayuda. La tendencia en los últimos años es dar un mayor protagonismo a las tropas enviadas por algunos países, así como permitir la participación de cuerpos profesionales dedicados a la protección civil en tareas de salvamento, primeros auxilios, distribución de ayuda material. Más allá de los inconvenientes derivados del desconocimiento del contexto de trabajo y la complicada adaptabilidad a éste por parte de estos nuevos actores, su presencia en clave “protagonista” hace un flaco favor al objetivo de reforzar las capacidades de la población que sufre el desastre y se anula la potencial conectividad de las intervenciones humanitarias.
4. Acuerdos o contraprestaciones entre gobiernos. De forma soterrada, se plantea por parte de algunos Estados un condicionamiento de la ayuda a la participación de empresas de estos países en los procesos de reconstrucción post-desastre, lo cual conlleva prerrogativas comerciales que en muchos casos poco o nada tienen que ver con una vinculación eficaz de la ayuda con futuros procesos de desarrollo.

b) La Comunidad Internacional, representada por la ONU, no está a la altura. Asistimos a una falta de voluntad política e inversión en prevención y reducción de riesgos y conflictos, y el consiguiente riesgo de recrudecimiento o de eternización de las crisis humanitarias. Se produce un fuerte cuestionamiento de la eficacia de la acción humanitaria de NNUU por la falta de transparencia y el complejo entramado de mecanismos, procedimientos y maneras de actuar que pueden conducir a un fuerte solapamiento de esfuerzos, duplicación de roles y, en general, un alto coste administrativo que va en detrimento de un uso eficiente y racional de los recursos disponibles. ¿Cómo es posible que Naciones Unidas desvíe fondos de unos contextos a otros más recientes, mediáticos?

c) Por otro lado, amerita echar una mirada al estado de las cosas en la acción humanitaria descentralizada española:

La acción humanitaria de gobiernos autonómicos y locales ofrece una amplia variedad de respuestas a crisis humanitarias. La casuística es enorme: desde el Gobierno Vasco y su avanzado sistema de herramientas de financiación que ha llegado a destinar partidas anuales cercanas a los 5 millones de euros para acción humanitaria, hasta aportaciones de pequeños ayuntamientos respondiendo a llamamientos en medios.
El 60% de los fondos en acción humanitaria descentralizada están orientados a post-emergencia. De estos fondos, el 86% son canalizados a través de ONG. No obstante, la realidad nos muestra que estos fondos se vehiculan a través de herramientas e instrumentos que raramente están diseñadas para dar una rápida respuesta o para adaptarse a los diversos contextos de crisis. En Euskadi el único instrumento que se acerca a una verdadera respuesta de emergencia es el Fondo Alavés de Emergencias, y dista de llegar a dar una respuesta en 72 horas.  Alboan.
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