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 28/11/2014

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Amparo Sánchez: “Para la Iglesia las mujeres son Magdalena, que era puta, o María, que era virgen”

Insiste a lo largo de la entrevista en la importancia de dos conceptos: la visibilidad de la mujer y el mensaje de la música


Amparo Sánchez (Jaén, 1969) lo sabía desde pequeñita: la música es lo que más le gusta hacer en la vida. Aunque llevaba muchos años cantando por locales de Granada, no ocupó la primera línea del panorama musical español hasta su proyecto Amparanoia. Compositora, cantante y productora de espíritu vital insiste a lo largo de la entrevista en la importancia de dos conceptos: la visibilidad de la mujer y el mensaje de la música. Precisamente dos de las cosas que trata con más delicadeza en sus canciones y su autobiografía La niña y el lobo, un libro que hace comprender que cuando Amparo cantaba aquello de «que te den por ahí», lo decía desde lo más profundo de su alma.
 
Ha pasado mucho tiempo desde que llegaste a Madrid, ¿qué ciudad te encontraste?
En los noventa Madrid estaba en plena efervescencia. Me refiero sobre todo a barrios como Malasaña y Lavapiés. Me llamó mucho la atención la multiculturalidad.
Viniendo de Granada esta mezcla tampoco te sorprendería tanto…
Para alguien que viene de una ciudad pequeña Madrid siempre es sorprendente. En Granada es verdad que confluyen la rumba, sonidos indies, rock, etc. En Madrid, sin embargo, es todo más grande. Además, supuso para mí el primer viaje sola. Estaba durmiendo en una buhardilla que daba al patio del estudio donde grabé el primer disco. Viví todo aquello como algo muy intenso.
Tenía un técnico que me hacía repetir muchísimo las tomas. Estaba seguro de que podía hacerlo mejor, y hasta que no lo conseguía no parábamos. Volví a Granada con un disco, muy contenta. Todo el mundo me felicitaba, ¡pensaban que ya era famosa!
Y la realidad era otra.
Sí. Casi al mes de sacar el disco me comunicaron del estudio que la productora cerraba, con lo cual me quedé con un máster y un disco en la mano en Granada sin saber qué hacer. Esto fue lo que me dio pie a querer ir a Madrid a vivir porque me había dado cuenta de que había una escena musical nocturna donde podía trabajar y abrirme camino. Así que agradezco mucho esa experiencia, después de todo.
¿Ha cambiado mucho aquella escena musical de Madrid de la que hay ahora allí o en Barcelona, por ejemplo?
La escena va cambiando y también cambias tú. Antes estaba muy al día de todo lo que me interesaba, de lo que estaba pasando en ese momento en la música. Leía magacines, iba a conciertos… Hace tiempo que me desconecté de las modas musicales. Sí que tengo la oportunidad de ver grupos cuando coincido tocando con ellos, también me muevo cuando alguien me aconseja alguno o tengo un interés personal. Me entero más por los amigos de lo mal que está la cosa, de lo duro que es tocar en directo en Barcelona, por ejemplo, hay muchísimos grupos y formaciones diferentes luchando por tener una fecha, pagan además poquísimo.
La música siempre ha sido así. Esos pequeños bares donde te ven treinta personas son la clave para darte cuenta de muchas cosas: si sirves, si te gusta y si te merece la pena seguir luchando para trabajar en esto. Porque no es un camino fácil, es una carrera de fondo. Es un estilo de vida.
Dices que actualmente se valora menos la música en directo en los bares; sin embargo, ahora mismo hay una cantidad importante de festivales.
Hace quince años se llamaba festival a cualquier fiesta de pueblo, y yo creo que hay que tener un respeto por los conceptos. A mí sí que me parece muy interesante la oferta de festivales que se están consolidando en nuestro país, es una oferta más diversa. La música del mundo, los más rock, indies, pop, electrónica… Nos hemos situado a nivel europeo en este sentido, con unos muy buenos festivales que representan la diversidad musical que tenemos aquí.
Ahora bien, la idea de ir a un festival como público me gustaba más cuando era más joven; ahora soy más selectiva: si me gusta un grupo voy a un concierto de ese grupo. Ya como cantante, me lo paso muy bien en los festivales. La gente, te conozca o no, tiene ganas de divertirse, de asistir a conciertos, están abiertos, sobre todo en festivales de músicas del mundo, el público ahí es muy receptivo, está muy abierto. Y nosotros con esa conexión latina la verdad es que rápidamente conectamos con el público.
Es verdad, ¿de dónde salen esos ritmos latinos de tu música? Antes de dedicarte a cantar escuchabas mucho rock, cuando empezaste con tus primeras bandas en Granada tenías como referente a Billie Holliday, eras más jazzera y te gustaba el blues.
De pequeña oía muchas cosas. Mi hermana escuchaba a María Dolores Pradera, otro de mis hermanos a Bambino, otro a Bob Marley, otro ponía Pink Floyd, mi madre Antonio Machín… Esa diversidad musical la tenía ya dentro de casa. También es verdad que la música mejicana, la cubana, los ritmos latinos, me han atraído de una manera especial, pero como empecé en circuitos de rock and roll y blues, al principio pensé que sería ese mi camino. Lo cierto es que me costaba mucho cantar en inglés, todavía ahora me cuesta. Y cuando me ponía a componer me daba cuenta de que hay cosas que quiero contar que, al no ser mi idioma, me limitaba. También que quiero contar las cosas sin victimismo, sin mal humor. Quiero contarlas con alegría, con rebeldía. Este estilo estaba más en sintonía con mi manera de ser.
¿Qué estilo musical no tocarías?
La vida es tan larga que nunca sabes qué va a ocurrir. Igual la música clásica, por la técnica que requiere, no tengo una voz tan prodigiosa.
No te imagino perreando…
Yo tampoco, la verdad. Pero mira a grupos como Calle 13, que empezaron con reguetón muy sexual y sugerente; luego tomaron un camino por un lado más social y reivindicativo. Así que nunca se sabe si acabaré perreando, quizás en alguna colaboración. ¡Con la música nunca se sabe!
Sobre las colaboraciones: A 091 les admirabas antes de dedicarte a la música y cuando empiezas a dar tus primeros pasos como cantante son ellos quienes te tienden la mano. ¿Eres tú un 091 ahora para alguien?
Para algunas mujeres sí. Algunas que se están empezando a dedicar a esto me han dicho que les gusta lo que hago, que siempre he hecho lo que he querido. Y con muchas de ellas he colaborado: Mimi Maura, en Argentina, a quien también admiro muchísimo yo. Estoy produciendo un tema con Nila Raja, de Crystal Fighters, gente muy jovencita. En Méjico colaboré con el grupo Tinakal, la cantante me dijo que había un festival y fui para cantar el tema juntas. Me dijo: «Has hecho realidad el mayor sueño de mi vida».
¿Cómo surge la colaboración con Calexico?
Con Calexico hay un amor muy fuerte desde la primera vez que nos encontramos, en Rotterdam en el año 2002. Alguien de una compañía discográfica holandesa le dio a Joey mi disco Enchilao —que es, por cierto, el más raro que he hecho hasta hoy—. Le encantó mi voz, y me invitó a ser telonera en un show de ellos. Desde que nos vimos la primera vez fue como si nos conociésemos de siempre. Hemos hecho ya algunas cosas juntos, y vamos a hacer más, ahora en enero he estado en Tucson con ellos, mi último álbum lo he grabado también allí. Me encanta estar con ellos, tanto John, el batería, que es más artista, bohemio, y con quien fluyo, como Joey, que es la disciplina, aportan cada uno un sonido exquisito a las canciones y respetan mucho mis composiciones. Me gusta mucho traducirles las letras, es un cachondeo. Les explico el sentido de lo que dicen… Son siempre experiencias enriquecedoras, los quiero mucho, son muy generosos y ahí estoy siempre para devolverles lo que haga falta.
En Madrid te pesó el tópico: andaluza, flamenco. Años más tarde sacas un disco que se llama Alma de cantaora, ¿acabas dando la razón a los estereotipos?
[Risas] Bueno, el término cantaora me lleva tanto a mi infancia en Andalucía… ese orgullo que me hace pensar en las mujeres, la mayoría de etnia gitana, que se atrevían a subirse a un escenario y cantar. En aquella época una mujer que se subía al escenario era catalogada como una prostituta. Tanto las de la copla, con sus letras desgarradoras, como las flamencas, visibilizaron a la mujer en la música. En Latinoamérica somos cantoras, Julieta Parra, Mercedes Sosa, Chavela, son las grandes señoras de la música y antes de ellas las mujeres hacían música pero la cantaban los hombres. La canción «Veinte años» que canta Omara Portuondo es de María Teresa Vera, una revolucionaria que escribía canciones así de maravillosas que luego cantaban hombres. Siempre hemos estado ahí, pero invisibles.
Te gusta tanto la música desde siempre que incluso te compensaba limpiar los baños de un bar para poder escuchar discos.
Era muy joven, no tenía dinero para comprarlos. Tener ahí quinientos vinilos que podía escuchar era un lujo. The Clash, Mano negra, The Kinks… hacían que limpiar el baño del bar mereciera la pena. Es más, solo podía escuchar aquellos discos porque los vinilos no te daban la oportunidad de grabarlos. Pero sentir la aguja en el vinilo, escuchar todos esos sonidos, me encantaba.
Vuelves a hablar de un montón de música pero ni rastro del flamenco, siendo de la tierra del maestro Enrique Morente…
[Risas] Pues a Enrique lo conocí precisamente cuando yo ya no vivía en Granada, porque allí mi ambiente era más rockero. Sí que sabía que los Lagartija Nick iban de vez en cuando a verle. Siempre le he admirado mucho, era un revolucionario musical, de izquierdas, y los gitanos no lo querían por ser payo. No lo tuvo fácil, así que es un personaje al que siempre admiré como cantaor, por arriesgado y valiente. Nos encontramos en el Rock Palace (un local de ensayo de Madrid), una persona nos presentó y él me dijo «Ah, ¡pero si yo te conozco, tú has salido en los periódicos!».
Cuando estaba en Granada me gustaba el flamenco. Muy jovencita vi tocar a Camarón y mi padre me llevó a ver bastante flamenco en directo. Pero era algo que yo veía como de mi padre, de gente mayor… realmente lo empecé a apreciar cuando me fui de Granada, que escucho esa guitarra, el quejío y digo, «¡jolín, mi tierra!».
El «quejío» y el tema «Billie’s blues», de Billie Holiday, te han identificado, pero tú no cuentas las cosas, como dices, desde esa tristeza.
He compuesto temas más o menos así, tristones, pero no he llegado a grabarlos nunca. Cuando grabas álbumes te das cuenta de la gran responsabilidad que implican los mensajes que tú lanzas en las canciones. Así que cuando hay temas más tristes o que no van con lo que yo quiero expresar, rápidamente los descarto. Me tiran más los temas que pueden aportar algo al oyente, no solo mi propia historia sino algunos con un contexto más general.
En La niña y el lobo, tu autobiografía, hablas abiertamente de tu propia historia, una juventud marcada por los malos tratos. ¿Crees que ahora se te puede «victimizar», cosa que no te gusta nada?
No, no lo creo. Lo que ha cambiado es que después de leerlo me dicen que ahora entienden muchas de mis letras, ese dolor que transmito; me han dicho que ahora entienden esos mensajes que yo iba dando, que se veía que había sufrido y que había pasado por algo. La mayoría de mis amigos no conocían mi historia, sabían algo de ella, pero no muchos detalles. Hasta que no he escrito el libro no han salido a la luz, no se los había contado a nadie.
¿Fue duro revivir aquello después de tanto tiempo?
Me gusta más decir que no fue fácil. Pero fue muy terapéutico. Habían pasado más de veinticinco años y el ponerte a escribir sobre ello te sitúa a cierta distancia y te da la oportunidad de volver a hablar a esa niña y decirle, «lo superaste y mira dónde has llegado».
¿Pediste permiso a alguien antes de contarlo?
A mi hijo y a mi hermana mayor. Ellos leyeron también el manuscrito antes de publicarlo. Leer noticia completa en jotdown.es.




 
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