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 24/07/2013

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Algemesí - Muere Bernardo Castillo, figura del asociacionismo español en Francia

Era representante de la Casa Regional de Valencia y miembro del Consulado español en París


La suya fue la historia de dos maletas. En ellas, junto con sus padres, su abuela materna y su hermana pequeña cargaron lo esencial para la larga marcha de la emigración, una aventura necesaria que prometía un porvenir fuera de Algemesí. En 1963, cuando contaba con cincos años, su familia lo llevó a París, donde el padre consiguió trabajo en la industria automovilística y la abuela como mujer de limpieza, al igual que otros tantos compatriotas emigrantes. Porque nunca olvidaron sus raíces pese al tiempo y la distancia, desde la adolescencia participó junto con su familia como miembro activo de la Casa Regional de Valencia en la capital francesa. Desde entonces, su nombre siempre ha estado ligado a los movimientos asociativos de los emigrantes españoles en Francia. Responsable de asuntos judiciales y sociales del Consulado español en París, Bernardo Castillo Vaquero falleció el pasado 17 de julio a los 55 años. Mientras su abuela y su hermana vivían en la buhardilla de una chambre de bonne, su primer destino fue la habitación de un hotel de miseria que compartía con sus padres en la rue Turenne del entonces exótico París 4, mientras aprendía el francés con la lectura de tebeos. En un ambiente multicultural como es hoy Pigalle o Barbesse, con vecinos de Argelia, Marruecos y Yugoslavia, Bernardo recordaba de aquellas primeras vivencias parisinas de la infancia que aquella convivencia era “una mezcla muy rara en la que nadie se entendía, pero en la que todos se comunicaban”. A pesar de haberse criado y formado en Francia, Bernardo nunca quiso la doble nacionalidad. "Francia es una tierra de acogida. La nacionalidad es un papel, pero la cultura puede recibirse de otros sitios. Nadie necesita un papel que justifique su cultura". En 1978 pasó el servicio militar obligatorio en Perelada, localidad productora de cava en Girona, donde recibió el apodo de "el francés" entre los compañeros que escuchaban los versos que Bernardo les traducía de las canciones de Brassens o Paco Ibáñez como expresión de una nueva libertad completa. A principios de los años 80 ingresó en el cuerpo funcionarial del Consulado de España en París. Coincidiendo con la aprobación de la ley primera española que reconocía la pensión para los excombatientes de la República, sus primeros trabajos le permitieron conocer el testimonio vivo de muchos viejos republicanos españoles. A uno de aquellos exiliados, el asturiano Alberto Fernández, al que consideraba un "padre espiritual", le preguntó cuál era la diferencia entre un español y un francés: "El francés vive para trabajar y el español trabaja para vivir". Algo más que empatía le unía a aquellos emigrantes políticos. De ideología socialista, el abuelo materno de Bernardo, jefe de estación en Carrión de Calatrava (Ciudad Real), fue carabinero de la República. Condenado a muerte, se exilió a Francia al acabar la Guerra Civil, donde murió sin poder volver a España. La abuela, que había huido al país vecino en busca de su marido, perdió dos de sus tres hijos en los llamados "campos de acogida" franceses. "Mi abuela y mi madre pudieron regresar a Ciudad Real, pero al volver las metieron en la cárcel durante cinco años. Cuando salieron, mi madre tenía 10 años", explicaba Bernardo. Las dos partieron en busca de trabajo a Valencia, y fue en Algemesí donde los padres de Bernardo se conocieron. Una de las imágenes que evocaba de su infancia y adolescencia en París eran las reuniones los sábados y los domingos por la tarde de las bonnes españolas con los entrepreneurs, los albañiles españoles. Bernardo describía la situación como una escena de película entre Almodóvar y Fellini. "Las señoras llevaban vestidos, regalados por sus patronas, de Chanel y Lancôme pero con 20 años de atraso. Se reunían en Trocadero y en el café Malakoff esperaban a los albañiles que decían tener una entreprisa".   Leer noticia completa en elpais.com
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