Primer amor | Relato literario de Eva Borondo

Martes, 15 de marzo de 2016 | e6d.es
• La observó con detenimiento, aspiró su olor y quedó maravillada de las esencias que excitaban sus sentidos


Marta cosía un paño con sus hermanas y se reía de las ocurrencias de su prima Luisa que vigilaba el ejercicio de costura con poca disciplina.

Hacía calor en la habitación y la corriente de aire que procedía de los balcones era igual que el soplido de un niño, caliente y secaba la piel.

Como el eco de una fuente empezaron a escuchar pasos acelerados y golpes que caminaban en silencio por la calle, en dirección a su casa, mientras voces turbulentas asomaban gritos al paso del cortejo que llevaba a un prisionero.

Las tres cabecitas de las niñas se colocaban curiosas en la barandilla para ver el grupo de hombres desfilando deprisa y entrar en el edificio.

La prima Luisa ordenó que se metieran dentro y que no salieran de la habitación, mientras ella iba a ver qué pasaba.

Marta era hija de un capitán de navío español que se había adentrado aguas adentro en el Mediterráneo para luchar contra los buques otomanos que mandaba el Sultán Soliman. Ella sabía que tenían que haber capturado a algún turco porque había visto a las mujeres santiguarse con el paso de los oficiales, antes de que estos entraran en casa.

Sus hermanas hablaban nerviosas del incidente que les había alterado su rutina e imaginaban nombres, situaciones, ocasiones, accidentes, luchas, que habrían podido suceder en el mar; pensaban en su padre, el valiente capitán y las aguas peligrosas, los cañones, el asalto, la tripulación belicosa y los turcos, malvados, herejes, sucios.

Marta aprovechó la salida de su prima y el entusiasmo de sus hermanas para salir de la habitación y bajar las escaleras para observar, escondida, cómo su padre se dirigía con sus hombres al patio trasero. Cuando quedó todo en silencio se encontró en el suelo una chaqueta con una forma peculiar. La tomó y comprobó que era pesada. Era la chaqueta del turco que no había podido ver. Acarició con un dedo las figuras bordadas y corrió a esconderla en el dormitorio. Luego volvió al cuarto de labores y su prima Luisa la castigó por desobediente, de nuevo, en su habitación.

Buscó entonces la chaqueta guardada y la observó con detenimiento, aspiró su olor y quedó maravillada de las esencias que excitaban sus sentidos. Nunca había olido nada semejante. Volvió a sumergir su cabeza en la chaqueta y se vistió con ella. Se miró al espejo y, divertida, se acostó en la cama imaginando las aventuras del mar hasta quedarse dormida con el perfume de la prenda. Un gemido inaudible salió de su boca roja. Después, los pasos de nuevo en la estancia inferior, la despertaron de su sueño de amor.

Sus ojos brillantes bajaron las escaleras y se encontraron con la mirada del prisionero que conducían fuera de la casa. Fue un segundo, pero el turco de piel morena y ojos grandes, con el cuerpo lleno de heridas, sonrió al verla vestida con su chaqueta y se marchó de la casa con el corazón lleno de una extraña esperanza.