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 26/02/2014

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Los peces y Mercedes - Relato literario de Eva Borondo

“Mercedes era de esas pocas vendedoras que encuentras que le guste hablarte con una sonrisa que no era forzada ni cansada de las dificultades de la vida”


Poco importa dónde estaba situado el puesto de pescado de Mercedes, salvo que se encontraba en medio de una verdulería y de una carnicería en la plaza de abastos de algún barrio de Barcelona.
Era conocido por tener un género bueno y barato y Mercedes era de esas pocas vendedoras que encuentras que le guste hablarte con una sonrisa que no era forzada ni cansada de las dificultades de la vida. Mercedes no sonreía como la verdulera Rosa, a las clientas habituales, ni como la carnicera Mari, que a la vez te metía en la bolsa unas acelgas añejas que moraban dormidas bajo las bonitas. No, Mercedes sonreía de verdad, como el beso de la española, que siempre es verdadero, o así lo dice la canción.
Una mañana de febrero abrió como siempre su puesto, bien temprano. Mientras el chico le colocaba las cajas ella despachaba, antes de tenerlo todo a punto, a los dos primeros que siempre venían: Lluis y Carmina, que trabajaban en el turno de noche de la zona industrial.
Ese día y sobre las diez llegó un japonés vestido elegantemente que se presentó como Yoshio y le entregó un papel en el que le ofrecía pagarle todo el pescado que tenía.
Mercedes pensó al principio que era una broma, pero Yoshio le explicó muy seriamente que era un pedido de su señor Masahiro, un hombre rico y generoso.
Mercedes aceptó el trato sorprendida y se despidió de sus compañeras de mercado a las doce de la mañana, una vez que cerró el puesto, después de que unos hombres lo vaciaran y cargaran la mercancía en una camioneta.
Al día siguiente llegó Yoshio sobre la misma hora y le volvió a ofrecer el mismo trato. También le regaló una pequeña pieza ornamental como agradecimiento y se despidió hasta el día siguiente.
Al cuarto día en que ocurrió esto mismo, a excepción del regalo, que una vez fue un pañuelo, otras, un perfume y otras, flores, las compañeras de puesto de Mercedes ya no la miraban igual. Si el primer día la felicitaron y le preguntaron para curiosear, en las siguientes ocasiones se mostraron envidiosas y antipáticas, cerrando los ojillos maliciosamente y hablando de ella en tercera persona como si no estuviera allí, como si fuera una reina de una revista que no mereciera su corona.
Mercedes descubrió que tenía todo el tiempo del mundo para hacer cosas, pero en realidad no le apetecía hacer nada porque tenía la mente obtusa, toda concentrada en Masahiro, que le parecía un príncipe misterioso y del que no sabía nada, después de tantos días. De esta forma pasaba las tardes dando vueltas en el sillón, delante de la tele, imaginando cómo sería el rostro de belleza oriental y organizando algún modo de encontrarse con él, de forma casual. Debía conocer dónde se alojaba y, entonces, pasearse en el ascensor o por los pasillos (probablemente estaría en un hotel caro) y que el destino los acercara en un tropiezo fortuito y ella le explicara “sí, soy yo, la que vende el pescado fresco que usted come y ofrece a sus invitados” y quizás él se enamoraría de ella porque tenía un pelo bonito y una sonrisa que a todos encantaba y puede que la sacara de ese mundo pequeñito y la llevara con él a otros universos distintos donde pudiera ser reina sin corona, porque todos sabrían que era una reina y no necesitaría colocarse ninguna.
Así que al día siguiente, cuando llegó Yoshio esperando renovar el trato, Mercedes le preguntó que por qué su señor la había elegido a ella, habiendo tantos puestos en Barcelona.
- Bueno, -observó seriamente el intermediario- realmente no la eligió él, fui yo. Él es un hombre muy ocupado como para preocuparse por cosas mundanas como estas… ¿sí?
Entonces Mercedes pensó que quizás ella no era tan importante como había pensado y que quizás Masahiro no era tan interesante y que alguien así nunca la podría hacer reina y, desde luego, alguien que no se acerca a un mercado para elegir su propio pescado, no podría descubrirle muchos universos fascinantes.
En el mar frío de un febrero nebuloso, Mercedes tiró todos los regalos de Masahiro, para entregárselos a sus verdaderos dueños, los pececillos que daban su vida por el japonés, con seguridad, de rostro bello.
 
El Sis Doble no corregeix els escrits que rep. La reproducció d'aquest text és literal; fidel a les paraules, redacció , ortografia i sentit de l'autor/s
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