La muerte del dragón Pierre Duval (III) | Relato literario de Eva Borondo

Jueves, 25 de mayo de 2017 | e6d.es
• “Le agarró el pelo con una mano para cortarle el cuello con el trozo de una vasija rota que portaba en la otra mano y salir huyendo”


La segunda alma perdida que consiguió atrapar Pierre fue la de una niña de dieciséis años, de cuyo cuerpo extrajo la memoria de sus últimas horas. Se llamaba Carmen y era hija de una familia de alfareros que también poseía un extenso campo de olivares en la comarca norte de Jaén.
Carmen se unió esa mañana temprano a su madre y a otras vecinas de su pueblo a las labores de carga, en mulas y carromatos, de cientos de vasijas de barro, de todas las formas y tamaños. Cada grupo se dirigía a una parte, a ríos, fuentes, manantiales, norias privadas o pozos, con la intención de acercar agua a los soldados españoles en las zonas de combate.
Carmen se subió en una mula cargada y se fue sola por los caminos polvorientos, en el momento en que su madre atendía a las demás mujeres.
Conocía un atajo por el que llegar a la orilla de un riachuelo, pero a mitad de la senda se encontró de frente con un soldado francés que iba solo explorando el terreno en avanzadilla.
Confiado el soldado se bajó del caballo y se dirigió a la joven. Le pidió que parara en el camino. Ella lo miraba desafiante desde la altura de su mula, con pupilas ardientes, que guardaban en su retina la sangría de los invasores que habían pasado por su pueblo hacía tan sólo unos días.
Las tropas napoleónicas que habían dejado Córdoba y Jaén tras intenso saqueo se replegaron en Andújar llevándose trigo, paja y numerosos víveres, pero les eran insuficientes y necesitaban el agua tanto o más que los propios españoles. De esa forma asolaron pueblos y aldeas a su antojo.
Carmen fue muy veloz. Le agarró el pelo con una mano para cortarle el cuello con el trozo de una vasija rota que portaba en la otra mano y salir huyendo.
Pero no había avanzado más de dos kilómetros con su mula cansada cuando el soldado herido, dando aviso de ella, le azuzó una brigada de franceses que la encontraron finalmente recogiendo agua de un río.
El oficial que encabezaba la brigada y que portaba un casco dorado de cuyo extremo colgaban las crines de un caballo empezó a tararear La Marsellesa entre dientes, mientras sus hombres se disputaban la caza.
Carmen, sin posibilidad de huir y asustada por los soldados que corrían hacia ella, decidió, sin mucho tiempo para pensar, tirarse por el desfiladero que tenía a su espalda. Se despeñó y se rompió el cuello. Murió en el acto. Fundido en negro.
Pierre Duvall despertó de las memorias de Carmen con el eco del himno nacional francés que sonaba en su cabeza desentonado y fantasmagórico. (Continuará) #p#ierreduval

Eva Borondo

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