La muerte del dragón Pierre Duval (II) | Relato literario de Eva Borondo

Sábado, 20 de mayo de 2017 | e6d.es
• “Su guerrera azul con botones dorados descansaba sobre la cabeza del párroco que minutos antes había asesinado con su sable”

Pierre Duvall sintió sobre sí la voracidad de aquellas sombras cuando lo encontraron. Como alimañas, se empujaban los roedores ávidos de los recuerdos de sus últimas horas. Una de ellas le agarró la cabeza con firmeza y empezó a mordisquearla como una ardilla tratando de abrir una nuez. En pocos segundos los recuerdos de Pierre desaparecieron y pasó a formar parte de la tropa de almas errantes que, acompañando a los carromatos, esperaban la caída por fortuna de algún durmiente.
De esa forma Pierre Duvall olvidó quien era y, falto de recuerdos que sustituyeran su identidad, caminaba sin descanso por la vereda pedregosa, acechando el derrumbe de algún cuerpo con el que alimentar su mente vacía. Muchos cuerpos cayeron antes de que Pierre pudiera agarrar uno para sí, pues las almas perdidas luchan ferozmente por los recuerdos de los durmientes y saben que, alimentándose de suficientes, obtienen el pasaje para entrar a pie en la fortaleza del Sueño Eterno.
Al fin un cuerpo cayó y Pierre se lanzó más rápido que los demás roedores. Agarró su presa y empezó a extraer de su cabeza las memorias de sus últimos momentos.
Su primer durmiente había sido, hasta su último aliento, un soldado francés de la cuarta Legión de Infantería, perteneciente a la Brigada Pannetier, bajo las órdenes del general Dupont.
Momentos antes de morir se encontraba dentro de una parroquia cordobesa robando piezas de oro y tallas sagradas que introducía con premura y sin cuidado dentro de un saco de esparto.
Su guerrera azul con botones dorados descansaba sobre la cabeza del párroco que minutos antes había asesinado con su sable, cuando el hombre santo trataba de impedir el paso al altar. Así, el soldado descamisado y de blanco sucio, a excepción de sus altas botas negras, removía avaricioso todo a su alrededor en busca de un botín estimable.
De repente, se vuelve sobresaltado por la voz enérgica de un oficial que le obliga a que se presente delante de él con cierta compostura, cosa que le es imposible mantener debido a la ingesta de vino robado de una bodega cercana en cuyos barriles cientos de soldados se habían bañado.
Excusándose delante del oficial, una vez colocada la guerrera y el sombrero de medio queso fue a mostrarle, con rostro enrojecido y miserable, el saco abierto.
Fuera de la umbrosa parroquia, el sol de junio abrasaba ya las cabezas de aquellos que huían despavoridos de los soldados franceses, una vez tomada la ciudad, y el vocerío y los llantos, las súplicas y las imprecaciones se deslizaban entre callejas y balcones, por tejados y esquinas.
El oficial miró con altivez de rango al soldado y le ordenó que revisara todo bien, con el fin de que no se dejara ningún elemento de valor y que buscara reales y hasta maravedís en los cepillos de la iglesia.
Cuando el soldado retrocedió para seguir con sus labores de pillaje, un aullido por la espalda le alertó demasiado tarde de la entrada de un español que le clavó varias puñaladas por detrás. El oficial, a cierta distancia del ataque, reaccionó a tiempo para defenderse, disparando con su fusil al exaltado cordobés. Este cayó desplomado gritando vivas por el rey Fernando VII.
Consecuentemente, los primeros recuerdos absorbidos por Pierre Duvall respondían a ese soldado ladrón que había entrado con todos los demás en Córdoba al toque de tambores y corneta, una vez que las puertas de la ciudad habían sido abiertas a cañonazos. Fue uno más de las bestias de Napoleón, que saquearon la ciudad en junio de 1808 a la conquista del sur de España. Uno más de entre los cuales varios recibirían una condecoración a la Legión de Honor.
El oficial que no logró salvar la vida del soldado apuñalado se acercó al cuerpo moribundo del español al que escupió, antes de salir a buscar otro miembro de la soldadesca que le portara el saco hasta su carruaje.
Con el fundido en negro se daba fin a la vida del ladrón desgraciado y a sus últimos pensamientos, que se adhirieron, imborrables ya, a la mente del roedor Pierre Duvall, quien no debía parar en la búsqueda de recuerdos, pues su único objetivo era conseguir los suficientes para caminar hasta la fortaleza del Sueño Eterno y encontrar descanso. (Continuará) #p#ierreduval
Eva Borondo
 
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