El ‘Diccionario de intraducibles’ retrata 400 palabras imposibles de llevar de un idioma a otro

Martes, 17 de junio de 2014 | e6d.es
• Cada intraducible da pie a un ensayo entre la Lingüística y la Filosofía sobre el origen de la palabra

¿Quién no ha pensado con angustia en los estudiantes de español que llegan desde el inglés, el francés o el alemán y descubren que sus 'to be', 'être' y 'sein' se desdoblan en una cosa que se llama 'ser' y otra cosa que se llama 'estar', que no significan nada en concreto pero que tienen bien delimitadas sus jurisdicciones? Puede ser aún peor, porque en portugués hay un tercer verbo copulativo, 'ficar', que está más cerca de estar que de ser. ¿Y qué significa esto de tener un ser y un estar? ¿Nos cambia en algo la vida, la manera de ordenar nuestras ideas?
Los interesados pueden buscar la respuesta en el 'Vocabulaire européen des philosophies: Dictionnaire des intraduisibles', un proyecto que arrancó en Francia en 2004 bajo la dirección de Barbara Cassin y que esta primavera ha aparecido en una nueva versión en inglés con el título de 'Dictionary of untranslatables'. 400 entradas, 12 idiomas, 150 colaboradores, más de una década de trabajo... Que nadie espere una simple relación de modismos fotogénicos: 'Zeitgeist', 'saudade' y ese tipo de palabras que a veces usamos para hacernos los sofisticados.
No: cada intraducible da pie a un ensayo entre la Lingüística y la Filosofía sobre el origen de la palabra y las connotaciones que las separan de sus traducciones. El caso, por ejemplo, de la española 'vergüenza' que está a mitad de camino entre 'shame' y 'modesty' pero que no es exactamente ninguna de las dos.
El coordinador de la edición inglesa se llama Jacques Lezra, nació y creció en Madrid y es profesor de Literatura Comparada de la NYU. "En casa hablábamos inglés -mi madre es norteamericana-, y en el colegio y en la calle, castellano. Los veranos los pasábamos en Tánger, donde vivían mis abuelos paternos. Soy, por ese lado, de familia sefardita. Tánger es, y era de forma algo distinta en esos años, un entorno riquísimo: un hervidero de idiomas, religiones, ideologías, prácticas sexuales, historias... En casa de mis abuelos se hablaba castellano, árabe, algo de ladino, inglés, la jaquetía (el idioma de la comunidad judía de Marruecos, una forma dialectal del ladino) y, sobre todo, el francés. Era el mundo de Ángel Vázquez, el de 'La vida perra de Juanita Narboni'. Pues esa especie de bullir de lenguas, de experiencia babélica, de que todo se podía decir de más de una forma, en más de un idioma, con fines y con consecuencias distintas, ese estar-en-muchas-lenguas es lo que más me ha marcado. Es lo que escogería, ese errar de lengua en lengua, como si yo también fuera una palabra un poco intraducible".
Ya tenemos sujeto. Ahora, vamos al predicado. Las grandes preguntas que surgen del 'Diccionario de intraducibles' son las de siempre: ¿condiciona un idioma la manera de vivir de sus hablantes? El vocabulario, la sintaxis... ¿Hay una reflejo entre las estructuras laxas del inglés y la tradición liberal-positivista, por poner un ejemplo? O la sonoridad: vivir en un idioma melodioso como el italiano, ¿convierte a sus hablantes en gente alegre y teatral?
 
Las palabras no nos hacen libres
En resumen, no: "Esa idea tiene que ver con un nombre, [el del antropólogo] Franz Boas, y, dentro de la filosofía del lenguaje, con la llamada hipótesis Whorf-Sapir. Controvertidísimos los dos. Vamos a exagerar un poco y llevar al absurdo el argumento: El idioma-mundo del alemán nos ofrece la posibilidad de diferir la acción, de postergar el verbo, hasta el final de la frase. Eso debería implicar toda una forma de ver el mundo, un concepto del tiempo propio, un pensamiento y una experiencia de la posible extensión del momento, del valor añadido de la descripción y del adjetivo, que son aspectos de la frase que nos mantienen, trémulos, en el instante o en el sustantivo, sin acceder a la acción. Ésta, la acción, llegará, como para aclarar las cosas, en el último momento. En resumen, el alemán sería el idioma del apocalipsis, y las instituciones alemanas, infinitamente dilatadas, facilitarían el infinito demorar de la decisión. En cambio, el latín permite una enorme flexibilidad en cuanto a la posición en la frase de tal o cual vocablo; le correspondería, suponemos, una mayor flexibilidad social que al árabe o al hebreo» El autor de este texto es Luis Alemany. Leer noticia completa en elmundo.es.