Deseo es tu nombre - Relato literario de Eva Borondo

Sábado, 10 de mayo de 2014 | e6d.es
• “Desde una mesa lejana sintió la mirada fija de un hombre guapo que no conversaba y que le produjo un calor interior que le subió al rosado de sus mejillas”



El hombre escupía más que hablaba y, cuando acortaba distancia entre ellos, Diana volvía sus pasos hacia atrás, hasta que se encontró de espaldas a una escalera que descendía de forma elíptica y paralela al pasamano alabeado, que la situaba peligrosamente junto al abismo de la planta baja.
Ya no era momento de guardar las formas y comprendió que debía mostrarle sin sutilezas el acoso físico al que estaba sometida, así que realizó un movimiento de media circunferencia cuyo centro era la mano del “relaciones públicas”, quien insistía en mantener la proximidad de la que ella rehuía, para situarse en la cúspide de un imaginario compás, tras deslizarse mecánicamente por el desfiladero que suponía la ancha espalda del agente y la superficie inhabitada del descaro. Sin embargo, no parece que este movimiento estratégico alertara al hombre, quien continuaba, ahora desde el otro lado, la distancia que consideraba perfecta sin notar lo incómodo de su proceder.
Como el saludo de Diana había sido por mera cortesía familiar, encontró pronto una excusa para deshacerse de él y atravesar grupos de congresistas, ponentes y especialistas invitados al cóctel de inauguración.
Una mesa al fondo, poco tumultuosa, le pareció idónea para encontrar canapés sin dueños de todas las variedades, mientras una camarera con cofia le ofrecía una copa de vino.
Diana no conocía a ninguno de los asistentes y tampoco encontró el modo de acercarse para entablar conversación, por lo que esperó un milagro que llegó pronto.
Desde una mesa lejana sintió la mirada fija de un hombre guapo que no conversaba y que le produjo un calor interior que le subió al rosado de sus mejillas.
Todo finalizó con cava y pastelillos y a la hora prevista comenzaron las ponencias en un salón de asientos muy confortables. Él se sentó justo delante de ella y durante dos horas se alimentó del perfume de esencias y de hormonas, quedando postrada en ensoñaciones eróticas de deseo ardiente.
Todo terminó al final. Él se levantó y, ya sin mirarla, se dirigía al salón de té buscando una reacción por parte de Diana.
Ella contempló horrorizada la sonrisa del “relaciones públicas” que, obturando la salida de su asiento con una invitación a tomar café, le impedía seguir discretamente los pasos que se iban.