Cluedo | Relato literario de Eva Borondo

Lunes, 9 de febrero de 2015 | e6d.es
• “Una copa rota queda en una esquina de la habitación desprendiendo vapor a jerez y regusto a almendra amarga, característica distintiva del cianuro”



El señor Butler se abrocha los botones de su camisa hasta el cuello, se coloca el lazo y después el chaleco y la chaqueta. Se mira al espejo sin presunción, con la sola intención de presentarse correcto en el comedor para recibir a los invitados de la cena que Sir Richmond ofrece esta noche, como todas las noches, desde que murió su esposa y como un recordatorio fúnebre de que ya no está con nosotros.
El señor Butler baja las escaleras y ordena los últimos retoques en el comedor a la doncella, que trabaja afanosamente en la decoración y limpieza de platos, copas y flores.
Los primeros en llegar son el sobrino del señor Richmond, William Nephew y su novia Laurie Mistress, y casi inmediatamente el Dr. Friend, médico de la familia, acompañado de Águeda Writer, escritora de novelas de misterio y de Peter Attorney, un abogado americano.
En el salón los asistentes hablan animadamente y, aunque es una fecha triste, nadie parece recordarlo de momento y la charla discurre animosa y entretenida.
William habla de su viaje a Turquía y Laurie coquetea con el doctor, que no parece interesado en ella, mientras el mayordomo, el señor Butler, procura servir con cuidado el jerez sin derramar ni una sola gota en la alfombra.
Águeda charla sobre algunos temas criminológicos de su última novela con Peter, mientras él se muestra sorprendido por el interesante desenlace que propone la escritora. Ambos ríen.
Ha pasado una hora y el señor Richmond no ha salido a recibir a sus invitados, pero todos comprenden que se haga esperar, así que después del pequeño aperitivo, los asistentes se separan tomando caminos distintos por la casa: alguno va al baño, otro al jardín, otro sube a una de las habitaciones para coger unos cigarros, etc., y uno en especial entra en el dormitorio del señor Richmond y lo asesina sin testigos.
El señor Butler cierra las cortinas, cubriendo las ventanas, enciende las velas del comedor y hace pasar a los invitados, la cocinera ya tiene preparada la comida.
El mayordomo, extrañado por la tardanza del anfitrión, vuelve para tocar la puerta con los nudillos en golpecitos pequeños, amortiguados por la licra de su guante blanco. No obtiene respuesta, por lo que decide llamar de forma más contundente, hasta que entiende que tiene que abrir.
El señor Richmond yace en el suelo con la camisa a medio abrochar. Una copa rota queda en una esquina de la habitación desprendiendo vapor a jerez y regusto a almendra amarga, característica distintiva del cianuro.
Llega la policía y los invitados explican lo sucedido, se investigan los hechos, los indicios y se interroga a todos en una noche que se alarga hasta la aurora, que trae el primer día de primavera.
El doctor certifica el envenenamiento, los cristales rotos contienen huellas del mayordomo y la señorita Águeda describe cómo el señor Butler, principal sospechoso, era hijo de una mujer abandonada por un señor rico que no le pasó ninguna pensión. Águeda contó que Peter Attorney, el abogado, conoció a la señora Butler en Connecticut, y que llevó su caso sin éxito, que había olvidado la historia hasta hoy, pero que, conversando con el detenido, había recordado la singular historia, sobre todo después de examinar los papeles y certificados mostrados por el mayordomo, que evidenciaban la paternidad de Sir Richmond.
El señor Butler sale de la casa con los brazos esposados en la espalda, escoltado por policías, y nadie cae en la cuenta de que lleva guantes, de que el rastro de la copa pertenecería a una huella antigua, de que el abogado es un mentiroso y un falsificador, de que todos los invitados son herederos directa o indirectamente de una gran fortuna y de que las señoras escritoras siempre encuentran culpables a los mayordomos.