Amor eterno con tu corazón | Relato literario de Eva Borondo

Sábado, 25 de febrero de 2017 | e6d.es
• Un relato pensado para una noche tan especial como la de hoy

En una taberna oscura en la que fermentaba un olor a vino agrio y a comida rancia, llena de personajes nocturnos que buscan alcohol, juego y problemas, estaba sentado Lucio García, al que todos llamaban doctor, terminando una partida de dominó con tres tipos del pueblo, vestidos con ropas cómodas, pero algo sucias debido al trasiego inacabado de una noche agitada.
Uno de ellos era el sepulturero, Marcos Pont, que trataba de ganarse la partida mientras les contaba a todos la triste historia de una damita joven que había enterrado esa mañana. Decía que incluso muerta, su rostro parecía el de un ángel con cabellos negros y señalaba a un joven en una esquina, de quien afirmó era su prometido.
El novio de la chica muerta bebía en un rincón de la taberna fétida tratando de olvidar el dolor de su alma. La chica había muerto tras caer, mientras paseaban, en un pozo profundísimo, en medio del campo, sin que él hubiera podido hacer nada por ella.
Mientras las fichas se deslizaban en la mesa, Pont seguía contando que en el funeral el prometido, que se llamaba Carlos, gemía de rodillas en la tumba abierta lamentando su pérdida.
Un jugador con barba espesa dijo que lo había visto por la cabaña del brujo Malaquías tratando de que el diablo le comprara su alma para resucitar a su amada.
Se inició una partida nueva y Lucio García, el doctor, colocó un seis doble en el centro de la mesa. Mientras colocaba la ficha con mucha parsimonia, haciéndose notar, les dijo a los hombres con los que compartía juego que él sabía la manera de engañar a la muerte y que la ciencia tenía más poder que las supercherías de magos.
Les pidió, hablándoles en un tono más bajo, que confiaran en él y que esa misma noche se llevaran al novio de la chica a su casa para que pudiera practicarle una ciencia de resucitación mental con la que el recuerdo obsesivo de la mujer cobraría vida en forma física una vez le hubiera inyectado unas gotas de un compuesto químico secreto.
El doctor, hombre que habitualmente llevaba las manos sucias, se las frotaba en ese momento con apasionamiento infantil, degustando la idea de poner en práctica su equipo quirúrgico, que sólo usaba con los perros abandonados en callejuelas y con gatos enfermos.
Los jugadores invitaron a Carlos a beber y, ya casi inconsciente, se lo llevaron a casa de Lucio y lo colocaron en una mesa larga. El doctor los despidió y les dijo que al día siguiente les avisaría de los resultados. Así que esos tres hombres bebidos se fueron con ánimo desconcertado de vuelta a la taberna.
El doctor abrió la camisa de Carlos y le dibujo con una tiza de color rojo un círculo en el pecho. Luego le inyectó un líquido que lo durmió en un estado parecido al de la muerte para después cortar, con un artilugio afilado y aparentemente oxidado, la zona señalada. A continuación le extrajo el corazón y lo guardó en un plato con agua, cerró el pecho de Carlos con hilo viejo y se fue al cementerio a enterrar su cadáver junto al de su prometida difunta.
Lucio García volvió a su casa emocionado, con los dientes brillantes y avariciosos. Entró en su estudio y se puso a observar con la luz tibia de una vela los rasgos de ese corazón enamorado que flotaba en agua. Lo colocó en una madera y empezó a picarlo. En crudo lo masticó con apetito mientras sonreía imaginando que había engañado a la muerte.
Eva Borondo