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 12/10/2013

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Alice Munro, un Nobel para la maestra del relato contemporáneo

La escritora canadiense de 82 años gana la mayor recompensa literaria poco después de anunciar su retirada


Cuando Alice Munro publicó su primera colección de cuentos, Dance of the Happy Shades,en 1968, la literatura canadiense en lengua inglesa apenas existía. Algunos grandes clásicos —Robert Service, Stephen Leacock, Lucy Maude Montgomery, Mazo de la Roche— habían insinuado la posibilidad de una literatura propia de las ex-colonias de América del Norte, pero faltaba establecer una reconocible (y reconocida) identidad literaria.
Con perseverante determinación, algunos jóvenes escritores de lengua inglesa se lanzaron a la grandiosa empresa de fundar una literatura nacional. Los escritores de lengua francesa debieron sobrellevar obstáculos diferentes para llevar a cabo la misma empresa: el menoscabo de la dominante sociedad anglófona, el desprecio de la Vieille France hacia la Nouvelle. Los anglófonos, en cambio, tuvieron que tratar de hacerse visibles a la sombra de dos avasalladores gigantes: Inglaterra y Estados Unidos. Tan menoscabada era su identidad nacional que hasta mediados de los años ochenta todo escritor publicado en inglés debía firmar un contrato en el cual el Canadá aparecía como un territorio perteneciente a uno u otro imperio literario.
Gracias a los esfuerzos de una pequeña banda de amigos —Margaret Atwood, Graeme Gibson, Denis Lee, Alice Munro y algunos pocos más— empezaron a aparecer librerías especializadas en la producción del país, editoriales nacionales como MacLelland & Stewart y Coach House Press, y la Unión de Escritores Canadienses, fundada en 1973. Para ofrecer una suerte de manual de identidad intelectual a sus conciudadanos, Atwood, bajo la influencia del gran crítico canadiense Norhrop Frye, publicó en 1972 Survival, explicando no solo el mito central de su país —el de la víctima que intenta sobrevivir en medio de una naturaleza inhóspita— sino también una guía práctica de lugares donde adquirir libros, películas y discos del Canadá. El grupo consiguió imponer un sistema de becas provinciales y federales, y un apoyo gubernamental a la difusión de obras canadienses.
La contribución de Alice Munro a esta empresa intelectual fue menos política y más literaria. Nacida en 1931 en el sudoeste de la Provincia de Ontario, se casó muy joven con un librero de la Columbia Británica, cuyo apellido siguió usando después de su divorcio en 1976. Durante su estadía en la costa oeste, ocupándose con su marido de la librería y de sus tres hijas, Munro empezó a escribir cuentos y a enviarlos a la CBC, la emisora de radio nacional donde, gracias a los esfuerzos de los jóvenes fundadores, se leían (y pagaban) los textos de escritores nacionales. El más dinámico promotor de esa generación fue Robert Weaver, quien difundió, aconsejó y apoyó la obra de muchos autores hoy célebres, entre ellos Munro.
El genio literario de Munro fue reconocido desde su primer libro, que obtuvo el mayor galardón literario del país, el Premio del Gobernador General. A partir de esa publicación inicial, todos sus libros, sin excepción, fueron aclamados por la crítica, tanto en Canadá como en el resto del mundo anglófono, y la prestigiosa e influyente revista norteamericana The New Yorker comenzó a publicar sus cuentos con asombrosa regularidad. Cynthia Ozick la calificó de “nuestro Chéjov”: la comparación es exacta, no solo por la destreza con la que Munro construye sus narraciones, sino también por que raramente busca un terreno de exploración más allá de su rincón natal.
Hay cuentistas magistrales (Hemingway, Kipling, Cortázar) cuyo campo de acción es la tierra entera; otros, en cambio (Chéjov, Rulfo, Flannery O’Connor) no buscan viajar más allá de su horizonte físico. A estos últimos, el rincón familiar les basta para analizar, describir y ensalzar la condición humana entera. Para Munro, si bien escribió algunos cuentos que ocurren en otras partes de Canadá, y alguno que otro en Estados Unidos, el mundo se resume a la región sudoeste de la provincia de Ontario, tierra agrícola de sus ancestros inmigrantes británicos y europeos, de un protestantismo duro, condicionado por la versión eclesiástica local llamada United Church of Canada, donde indudables valores morales como la honestidad, la modestia y la perseverancia se mezclan con una suerte de desdén por el éxito público, eso que el novelista Robertson Davies (otro gran escritor de la misma región) llamó Southern Ontario oafishness y que podría traducirse por “torpeza intelectual” de los habitantes de la zona.
Los hombres, mujeres y niños (pero sobre todo mujeres) del mundo literario de Alice Munro se afanan en los pequeños trajines de la vida cotidiana. Nacen, viven y mueren dentro de marcos previstos desde siempre, y si en estos irrumpen (como siempre lo hacen) las sorpresas del azar y de lo casi imposible, nunca sienten que sus tragedias puedan tener ecos universales. Es el lector quien entiende que en la desdicha de una pareja común y corriente se han deslizado las pasiones de Macbeth y de su reina, o los amores imposibles de Lancelote y Ginebra; que en la historia de una mujer al borde de la locura resuena la tragedia de Medea; que la crónica de una traición adolescente relata la misma que pudo sufrir Andrómaca o Ifigenia. El autor de este texto es . Leer artículo completo y ver hilo de debate en elpais.com.
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