Actor | Relato literario de Eva Borondo

Viernes, 5 de junio de 2015 | e6d.es
• “... Ahora ya no podía hacer nada, los muertos no se mueven”

Prólogo:
Os pedimos que, pacientes,
escuchéis nuestra tragedia,
sometiéndonos humildes
a vuestro fallo y clemencia.
(Hamlet, Acto tercero, Escena II)

 
Cayó al suelo. El escenario crujió con estrépito y, desde las butacas, le llegó una exclamación de asombro.
Era sensacional causar esa impresión. Con los clásicos no ocurre lo mismo. El público conoce cuándo se producirán las muertes y por qué. La capacidad de sorpresa que el autor trabajó con cuidado para el momento de la representación ya no existía, tras siglos de actuaciones y estudio.
Le quedaban varios minutos hasta que se bajara el telón. Anotó mentalmente la luz fundida. Habría que avisar, aunque seguro que todos se habían dado cuenta.
Las voces de príncipes, reinas, enemigos y sirvientes leales hacían eco en el teatro y, aunque desde su posición no podía ver nada, agradecía el silencio del auditorio.
Tenía una pierna dormida. Para mañana cambiaría la posición, doblaría ligeramente la rodilla. Ahora ya no podía hacer nada, los muertos no se mueven.
Poco a poco cayeron todos, unos con largos parlamentos, otros con sólo un grito.
Cae el telón despacio, disfrutando el aplauso que sigue minutos después de que los flecos del cortinaje descansen en el suelo. Se prolonga más tarde, cuando vuelve a subir.
El actor se inclina.
Fin.