El Juez de Sueca, de Eduardo Casas
Una obra dura y contundente que se basa en los terribles acontecimientos acaecidos durante la huelga general de 1911
Hoy venimos con la segunda novela de Eduardo Casas, un viejo amigo de esta casa y que puede que conozcáis por su anterior trabajo “Cristal Traslúcido” o por sus relatos en diversas antologías.
En esta ocasión, el autor nos presenta El Juez de Sueca, una obra dura y contundente, que se basa en los terribles acontecimientos acaecidos durante la huelga general de 1911 y que aborda lo sucedido en aquellos duros años, novelando lo que es la historia no tan lejana de una España triste, gris y terrible en muchos aspectos.
Jacobo López de Rueda, juez que da título a la novela y que se presenta como personaje principal, se ve obligado a acudir a esta localidad valenciana con todo su séquito para acometer la tarea de afrontar y castigar las revueltas y los actos subversivos por parte de los anarquistas en la zona . Lo que debería haber sido uno de tantos trabajos se convertirá en algo atroz y terrible, que irá mucho más allá de lo que jamás podría imaginar.
Partiendo de esa premisa, el autor nos guiará por una entramada y compleja lucha de poderes, tanto políticos como ideológicos, los mismos que convirtieron a nuestro convulso país en un campo de batalla fratricida y cuyos efectos, en cierto modo siguen vigentes todavía hoy. Sin caer en el error de tomar parte, sin posicionarse en ningún bando y otorgándole de este modo a la narración un punto de vista neutro (donde no hay ni buenos ni malos, sino causas y efectos) y sin tomar partido por nadie, limitándose a mostrarnos lo ocurrido, los motivos de cada uno, justificados o erróneos, acertados o no.
Una época convulsa, enardecida por la ignorancia del pueblo llano, el costumbrismo y los intereses velados, en esa España rural, tan nuestra y mezquina, en la que los excesos por parte de unos y la indiferencia de otros dio pie a que el odio, la maldad y lo peor de nosotros mismos campase a sus anchas, dejando tras de sí un reguero de sangre, muerte y destrucción. Los anarquistas creyéndose en poder de la única verdad, sin concesiones. El estado, queriendo atajar por todos los medios y al precio que fuese necesario, aquellos desmanes, sin importar las consecuencias. Y el pueblo llano aterrorizado, harto de sufrir, pero mirando hacia otro lado, como si no fuera con ellos. Poco han cambiado las cosas, si nos paramos a pensar.
Cuando hacer lo correcto, aquello que uno debe, sea por seguir las normas, sea por ser fiel a sí mismo, se convierte en un acto de fe, de valor absurdo e incomprendido. Cuando las injusticias, el miedo y el comprender que por mucho que hagas, nada va a cambiar y el mundo seguirá siendo el estercolero que siempre ha sido, pero aun así te aferras a hacer lo posible, contra viento y marea, independientemente de si la razón está de tu parte o aún si en realidad, existe razón alguna. Es en ese momento cuando se muestra la verdadera naturaleza de un hombre, su integridad o sus demonios.
Jacobo no es solo un juez. Es un hombre, con sus virtudes y sus debilidades. Con sus miedos y sus creencias. Alguien que intenta hacer lo que se debe, aunque a veces no esté seguro de ello. Es a través de sus ojos que seremos testigos de un retazo de nuestra historia, tan real como cruel, donde conoceremos al resto de personajes que tuvieron protagonismo en lo sucedido.
Un gran antagonista, en la piel de El Chato, individuo de la peor calaña y que actúa como un escaparate de todo lo perverso y repugnante que anida dentro del alma humana, de todas las atrocidades que somos capaces de cometer cuando no existe nada ante quien responder, ni siquiera conciencia.
Tras un arduo y exhaustivo trabajo de documentación a sus espaldas, Eduardo nos cuenta como fue aquello. Lo que sucedió, sin adornos superfluos ni pretendida moralina absurda y partidista. Las cosas ocurrieron como ocurrieron y el autor apuesta por el realismo, con una narrativa concisa, casi cortante, con un estilo directo y sin adornos, buscando que el lector se centre en la historia y no se distraiga con elementos irrelevantes.
Una novela breve, muy breve, apenas 75 páginas, pero intensa y ciertamente violenta, que nos permite entender mucho de nuestra propia condición. Solo puedo recomendarla y que saquéis vuestras propias conclusiones.
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